La
muerte, la parca, la pelona…
Siempre he creído que la muerte rige nuestras vidas y que nuestro deseo y lucha por vencerla nos maneja como marionetas de hilos invisibles.
Esto
por una sencillísima razón: la parca es la única certeza de la existencia. Ya
podemos imaginar vida después de la vida, reencarnaciones, sublimaciones o lo
que queramos, pero lo seguro, seguro es que la vamos a palmar. Aunque vayan y
vengan teorías, innovaciones tecnológicas o pensamientos mágicos que la traten
de vencer, la muerte nos va a llegar sí o sí. Criogenia, espiritismo o a lo que
nos guste aferrarnos, la vida se mueve alrededor del miedo a no ser, a dejar de
ser. Y de ahí el eterno cuestionamiento sobre el sentido de la vida.
“Ser
o no ser, esa es el dilema” o como mejor lo tradujera el querido Tomás Segovia:
“ Ser o no ser, de eso se trata”, decía Hamlet, quien dos actos antes de esa
escena, con el cráneo de su amigo Yorick entre las manos le pregunta qué ha
sido de su energía y de sus bromas.
Y es
al final del soliloquio que nos golpea en la cara al decirnos: “Thus Conscience does make
Cowards of us all”. “De esta manera la conciencia hace de todos nosotros
cobardes…”.
¿Es
ese el origen de nuestra cobardía? ¿La conciencia de ignorar lo que hay detrás
de la muerte? Hamlet duda de que su suicidio termine con el infortunio que es
la vida, pues si la muerte es dormir, los sueños impedirán su descanso.
"SEGISMUNDO ENCADENADO", DALÍ |
Pero
vayamos a un contemporáneo de Shakespeare, casi tan grande como él: Calderón de la Barca,
que en otro soliloquio, el de Segismundo, nos dice que la vida es un sueño:
“¿Qué
es la vida? Un frenesí.
¿Qué
es la vida? Una ilusión,
una
sombra, una ficción,
y
el mayor bien es pequeño;
que
toda la vida es sueño,
y
los sueños, sueños son”.
Yo
incorporo un alternativa a la interrogante de nuestra cobardía, a diferencia de
la duda de Hamlet: ¿Nuestra cobardía no nace del temor de no ser, más que del
temor a lo que pueda haber o no después de la muerte?
En cambio, la sociedad moderna occidentalizada busca
desaparecerla de su vista. Como si eso fuera posible o deseable. A la muerte
sólo se le mira a través de la ficción. El mundo está plagado de muerte
teatralizada, muerte sofisticada, de muerte de estética estilizada en un
formato siempre homogéneo impuesto por la industria cinematográfica y para el
público en general, la televisiva.
Ni
siquiera las imágenes de los ataúdes de los soldados muertos de la guerra de
Iraq son permitidos en los medios. Aquellos ataúdes que venían de Vietnam
recubiertos por la bandera gringa, en esta guerra actual están proscritos de
las pantallas. No digamos las escenas de batallas retratadas por la cámaras de
los corresponsales como Robert Capa, quien hoy no tendría cabida en ninguna
guerra.
Guerrsa
asépticas donde ya ni siquiera se cuenta el número de muertos ni se retratan
sus horrores, a menos que sirva a algún claro propósito de invasión.
Hoy
es de mal gusto hablar de la muerte. Lo más que permiten las buenas costumbres
es brindar por los ausentes, a quienes hay que velar pronto y hacerles un duelo
breve, pues es casi morboso guardar un luto prolongado. Hay que ir pronto a
trabajar o buscar distracciones para que el dolor se vaya lo antes posible.
Cuántas veces he oído: “Pero ya deberías de estar resignada, han pasado meses
de la muerte de tu…” Ay, carajo, la gente siempre quiere borrar del entorno el
duelo ajeno; como si molestara que el otro ande lloriqueando por su muertito.
Pero volviendo a la pelona, es ella la protagonista
preferida de la literatura, eso sin duda, más aún que el amor romántico. Se ha
escrito más sobre la muerte que sobre la pasión, aunque como no son excluyentes
ni mucho menos; hay material infinito que las amalgama. ¿Será que combatimos
nuestro miedo a la muerte aferrándonos a la vida mediante el amor? Sí, algunos
sí, pero otros muchos buscan vencer a la muerte por otros medios, menos,
digamos, amables. Por ejemplo, el escudo protector de la riqueza y el poder. En
la ansiedad de posesión y poder veo la búsqueda por vencer a la muerte, por
alejarla, por aplazarla. Las posesiones y el poder logran la fantasía de
hacernos invulnerables, y sí, claro que garantiza una vida menos riesgosa, pero
jamás la inmortalidad. El límite del poder y la riqueza es ese, la muerte.
Recordemos
simplemente a hombres como Aristóteles Onassis que, en lo más alto de su
poderío, no pudo vencer una vulgar enfermedad, ni impedir la muerte accidental
de su único hijo.
Una
de mis novelas favoritas es la primera de uno de los monstruos de la literatura,
Balzac, quien publicó “El
centenario” con el seudónimo de Horace de Saint-Aubin. La
figura del inmortal es tan seductora como la del Don Juan o más todavía. La
fantasía de no morir jamás no pasa de moda. Balzac va más allá con su Béringhled
al que percibo no sólo como inmortal, sino como la muerte misma. Balzac,
retrata a un inmortal melancólico, (quién sabe si Béringhled inspiró a Murnau
para crear la estampa de su triste Nosferatu), que arrastra su inexorable
destino eterno haciendo lo justo, aunque para el mundo lo justo sea siempre
terrible.
Así es la
muerte, terrible e inexorable, mas sin embargo, reviste una triste belleza por
su inmenso poder. Con ella no se puede negociar, no se corrompe, no media con
nadie, es implacable, por lo tanto, es justa.
http://nacemosmuertosanacolchero.blogspot.com.es/ |
Sí, los asesinos se sienten
si no inmortales, sí invencibles al querer robarle a la muerte su poder.
¿Creerán que mientras sean ellos los que inflijan la muerte, están a salvo de
ella? ¿Será que creen que cuando más cerca estén de ella, les perdonará su
sentencia? ¿Sentir el poder de la más poderosa, los hace creerse inmortales,
aunque sea por un tiempo, por más contradictorio que esto parezca? ¿El miedo en
los ojos del asesinado es alimento de vida para los asesinos?
Me
fue imposible comprender la mente de un asesino y el placer que parece mover su
patética vida, por eso escribí sobre los vivos que sobreviven a los asesinados.
Volviendo a mi cuestionamiento: ¿de dónde surge el miedo a
la muerte: de no ser o de lo que hay detrás de la muerte, como plantea Hamlet?
El vértigo de no ser es insoportable para la mayoría de los seres humanos. La
muerte es el sinónimo de un mundo sin nosotros, por tanto, la nada. El hombre
sigue creyendo que si un árbol cae en el bosque y nadie lo oye, es un evento
que no ha existido. El antropocentrismo, desde Descartes, sigue siendo la
medida de las cosas.
Conociendo
un poco la cosmogonía de los pueblos indígenas en México, para mí es claro que
para ellos la vida no termina en su propia vida. Por eso la parte que les
corresponde construir en su tiempo es parte de una vida que continúa en los
otros y no termina en ellos. Quizá de ahí viene el juego con la muerte en
México, y que en el proceso de mestizaje se trunca y nos deja sólo la faceta
lúdica.
El antropocentrismo
nos hace profundamente temerosos pues nos vemos como seres individuales,
separados; partículas y no ondas. ¿Seremos realmente individuos, partículas
separadas? Lo cuestiono, y creo que es motivo de reflexión para una próxima
entrega…