martes, 21 de mayo de 2013

A MIS MECENAS

Queridos mecenas:

Hace apenas unas horas que alcanzamos el cien por ciento del objetivo del crowdfunding de mi nueva novela, “Nacemos muertos”, y a pesar de que le quedan aun 23 días, les escribo porque no quiero que esto que siento ahora y que es tan especial, se diluya en el tiempo. 


No muchas personas conocían este método colectivo de financiamiento, cuando hace 22 días iniciamos el proceso; todo era aun incierto, muy inicerto. Cualquier cosa podía suceder. Podía ser que la gente lo encontrara muy confuso; que desconfiara; que no le interesara el tema de la novela, o que se entusiarmaran con la idea; esa era mi esperanza.
Yo sabía que estaba corriendo el riesgo de hacer el ridículo, de exponerme al desaire o a la incomprensión, pero había que hacerlo. ¿Por qué? Porque tenía al alcance de mis dedos, el mundo entero, al menos "mi" mundo entero. Sí, el internet, y muy especialmente, las redes sociales, a las cuales entré no hace demasiado tiempo, me habían abierto una ventana colosal.
Sé que mi caso en el facebook es raro. Por lo general, yo estoy siempre delante de la computadora, y no me comunico con mis amigos por facebook, sino por mail. Pero sabía que las redes sociales son una herramienta importante de comunicación con los lectores y la gente interesada en los mismos temas y problemas del mundo que yo, aunque no nos conozcamos personalmente.
Durante el último año, empecé a postear sobre aquellos noticias puntuales que me llenaban de indignación o de asombro. Y cuál fue mi sorpresa que inmediatamente, los amigos de facebook, para entonces, alrededor de 5000 (cifra a la que llegué quizá por ser conocida de mi época como actriz) comenzaron a responder en el muro, a expresar sus ideas, a enojarse, a emocionarse, a discutir. En algún post llegaron a sumarse hasta más de 400 comentarios.

Para mí fue como entrar a otra dimensión. Me podía comunicar con el mundo entero, y muy especialmente, con mis compatriotas, en tiempo real. En esas conversaciones pude entender mucho de lo que nos estaba pasando a nosotros los mexicanos. Pero eran (y son) tan intensos y descarnados los comentarios y discusiones que, por seguridad de los participantes, suelo borrar la mayoría de ellos al agotar el tema, después de pasadas unas horas. Como una catarsis, en mi muro, todos nos expresamos sin cortapisas, a veces con los ánimos  caldeados, lo cual me parece perfecto, y luego, con un teclazo, adios a quienes quisieran espiarnos. Claro que no soy tan ingenua, y los “malos” habrán tomado notas, snapshots y demás, pero al menos tenían que darse prisa.
Así fui construyendo una familia paralela en el facebook, (porque el twitter no me gusta demasiado para esta dinámica), con la que comparto temas, intereses, ideas. Algunos amigos llegan y se van; otros se quedan; yo, voy a otros sitios, y al final, estamos conectados. ¡Qué cosa más importante!
¿Cómo pasar por alto una herramienta tan increíble como ésta para mi novela más personal, “Nacemos muertos” ? Yo quería que llegara a quien debía llegar, a la gente cercana a mi forma de ver la realidad.  Escribí “Nacemos muertos” casi como una catarsis por la angustia que me provoca la violencia que estamos viviendo en México, pero sobre todo, por lo que significa para las personas con nombre y apellido, con hijos, maridos, esposas y amigos victimizados en esta locura que vivimos. 

La primera noticia que tuve del crowdfunding fue en septiembre, cuando mi marido Alberto López Aroca, escritor español, se enteró por un amigo suyo del crowdfunding como modalidad de financiación. A los pocos minutos, estaba decidido, él haría un crowdfunding de una novela suya cuyo título ya circulaba con gran expectación, “Charlie Marlow y la rata gigante deSumatra”. Fue un éxito y sigue a la venta en su sitio; y después, en enero, vino un segundo crowdfunding, “Los Náufragos de Venus”, otra vez exitoso y que está por entregarse.
No había mucho que pensar, “Nacemos muertos” por ser mi novela más personal, una novela que habla sobre nosotros y nuestros problemas, era carne de crowdfunding y así, previo anuncio en las redes para explicar lo que era ese término tan gabacho, y recibir el sí de Rius, que me cedía una ilustración, el 28 de abril me tiré sin paracaidas y lancé al ruedo “Nacemos muertos” . “¡A ver qué pasa!”.
Suspenso total. Cualquier cosa podía suceder. Pero cuál fue mi sorpresa cuando el primer día, al momento del arranque, ideame, la plataforma que había contratado como puente de pago y que facilita el trabajo del contador, (pues sólo para eso sirven las plataformas), me dejó colgada de la brocha, pues no se podía pagar. Así de simple. Ya había tenido problemas graves con ellos hasta para subir el proyecto, pero esto ya fue el colmo, y encima, me respondieron que era domingo y que ellos estaban descansando. Así que, Alberto, que es más listo y decidido que nadie, me dijo: “Tranquila, vamos a hacer la plataforma en el blog de “Nacemos muertos”, y en cuatro horas, horas terrible por la tensión, lo tuvo listo. 

Yo pensé: “Ahora sí, me van a mandar a volar”. “No se van a fiar de que esto es un proyecto serio”. Al contrario. TODOS me dieron ánimos para enfrentar el temporal, que era grave. TODOS.
Eso ya empezó a darme indicios de lo que sería este crowdfunding. Las personas respondemos al auxilio o a la comprensión de manera abrumadoramente mayoritaria. Parece una tontería que alguien a muchos kilómetros de distancia te escriba: “Tranquilo”, y te tranquilices, y cuando alguien te escribe: “Felicidades, vas bien”, realmente te aliente. Pero así es.
¡Qué gran diferencia con mis dos novelas anteriores publicadas por dos de las más grandes editoriales! No porque tuviera ningún problema con ellas, sino porque la experiencia es completamente diferente. ¿Por qué? Porque han pasado 22 días y cientos de amigos han compartidos, difundido entre sus conocidos y aportado directamente al crowdfunding y esto sí hace una diferencia.
No es lo mismo ver cómo tu libro se vende en una librería, a que sean los lectores quienes lo financien, lo defiendan y lo compartan, aun antes de que exista o de leerlo. Es no sólo emotivo, sino de una trascendencia inconmensurable.
Siempre he defendido que el estado de cosas debe cambiar; ahora empezamos a tener los medios reales para cambiarlas.
Este mecanismo de edición es una pequeña parte, síntoma o expresión de ese cambio, pero lo trascendente es que por ese espíritu, por ese camino, es por donde pueden cambiar las cosas para que funcionen y sean para nosotros, para todos.
Hoy es un libro por crowdfunding; mañana, un hospital colectivo, una escuela; lo que decidamos, no lo que nos impongan, ni un consorcio comercial ni una autoridad, ni nadie.
Cada aportación nueva, muchas veces, muchas, de personas con las que no he tenido contacto alguno, me ha llenado de emoción y de alegría. Me conmueve profundamente, porque pienso que otros modos de hacer realidad las cosas es posible, y no sólo deseo infundado.
          A todos ustedes que fueron los 112 mecenas que se arriegaron conmigo y apostaron por esta aventura, mi agradeciemiento siempre. Será un gran honor enviarles “Nacemos muertos”, novela que ustedes han hecho posible.

 
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Alma Neri Chapa
Salvatore Mosselli
Ilka María Campos
Rodolfo Santos Dávila
Roger García
Ana Luisa Ortiz
Alberto López Aroca
Claudia Wenzel
Eduardo Lamazón
Mario Oliva 
Rafael Millán Rocha
Rosario Rodríguez Mata
Wendy Gallardo Roth
Ramiro Vázquez Veloz
Ana M. Aragonés
Kiki Lei
José Israel Velarde Villegas 
OAM082075
Sandra Grave
Beatriz Molina Hernández
Andrés Aullet
Gina Archo Vargas
Francisco Agraz Martínez 
Alberto Pérez Schoelly
Francisco Gallego Aredondo
Julio César Gerónimo Oseguera
Iván Antonio Medina Luna
María González Albo
Mauro García
José Antonio Pérez Becerril
Víctor Hugo Borja
Antonio López Quiles
Luis Mario Corzo
Jorge Botello Juárez
Denis Herrera
Irene Arriola
Antonieta Rubín Vargas
Rafael Chávez Rivera
Teresa Costa Celorio
José Luis Noval Noriega
Araceli Aguilar Tizcareño
Graciela Filippelli
Connie Lepe 
Begoña Lecumberri
Michael K. Schuessler
Ana Lozano de Swaan 
Mario de Sandozequi
Mayte Noriega
Eduardo Mendoza Rangel
Christian Enrique Tenorio Mesones
Francisco Vidal Armario
Jesús Cobo
Cecilia Herreros Vacas
Nathalie Folch 
Dennise Rivera 
Diana Campos Borrell
Jordana Vera
Nelly Pérez Islas
Óscar Calahorra Fuertes
Maricarmen Treviño Carrillo
Patricia Thomas González
Luis Bueno Rodríguez
Evelia Ayala 
Ana Benito Vinós
Raúl de la Cueva Díaz
El movimiento Zeitgeist México
Fernanda de la Cueva Lombera
Guillermo Leiva
Juan Arturo Brennan
Rodrigo Ibarra
Cuauhtémoc Arce
Adrián Kornhauser
Caurel Lecer
Noel Ulises Quijano Balvin
Marcela Martínez del Río
Rocío Barrionuevo
Roberto González Vázquez 
Manuel Rodríguez
Víctor M. Gutiérrez Torres
Víctor M. Jolalpa Escamilla
Mauricio Pecoraro 
María de Lourdes González 
Jorge Artee Elías Calles 
Alvaro de Lachica y Bonilla 
Verónica Tlahuitzo Pérez 
Alicia Garza 
María Cruz Ripoll Quintas 
Blanca Hernández Rodríguez 
Irma Maciel Lozano 
Elia Garza Villareal
Fernando Colchero 
Andeea Catana 
Elisabeth Morote 
Isaac de la Concha García
Juan Antonio Vega Cuevas
Beatriz Sánchez López 
Marcos Neumann García 
Erika Sánchez Ledesma 
José Luis Villegas 
Víctor Cuchi Espada 
Vanessa Carreón Ortega 
Parménides Martínez Acosta 
Antonio López Zárate 
Rubén Munguía Torres 
Arlen Grijalva 
Isa Kerlobb Fichman
Juan José Franco Cuervo 
Rodolfo Santos Dávila 
Luis Mario Corzo






viernes, 10 de mayo de 2013

La irreverencia de Rius: el imprescindible


La irreverencia de Rius:
 el imprescindible.

¿Por qué creo que Rius es el monero más importante que ha tenido México? Entre otras razones que expondré más adelante, por su talento infinito y probadísimo, que acreditan sus más de 100 libros y cientos de número de sus series Los agachados y Los Súpermachos, con tirajes semanales de ¡250 mil ejemplares!; porque en los momentos de mayor censura y represión en México, tuvo el valor de criticar duramente el orden establecido y; porque tuvo la inteligencia 
 y la malicia para poner el dedo en la llaga y no dejarse aniquilar, a pesar de que estuvo a punto a morir a mano de los sicarios del infame presidente Díaz Ordaz que lo secuestraron en 1969 para silenciarlo... pero Rius, no se calló.
Eduardo del Río ha cultivado el misterioso arte del escapismo a la censura; es el gran maestro de cómo burlar la represión una y otra vez.
Pero de nada tendría que escapar Rius si no fuera porque siempre da en el blanco. A nadie hubiera molestado si no fuera tan certero. Rius siempre la ha tenido clarísima, como decimos. Sabe exactamente dónde está el núcleo del problema, de las crisis, de los sinsabores de nuestro país y de los intríngulis del poder económico, político, social y religioso, no sólo en México, sino en el mundo.

Sabiendo dónde se encuentran las causas del problema, no tiene jamás cortapisas ni se reprime en exponerlas y explicarlas con total irreverencia cuando amerita y absoluta seriedad cuando debe.  Y lo mejor de todo: hace llegar su mensaje a la gente de la manera más amable y eficaz: mediante el humor, y en su caso, un humor complicadamente sencillo. Digo complicado, porque no hay nada mas difícil que la esencia de una idea nos dé de lleno en el centro del cerebro, donde no hay manera de escapar ni de evadirla. Y él lo logra sin que muchas veces nos demos cuenta siquiera; como un maestro.




Su enclave emblemático, San Garabato, es un pueblo mexicano que si no sabemos dónde está es porque los políticos han prohibido ponerlo en la cartografía mexicana, pero… como cada pueblo en un San Garabato, no han podido desaparecerlo. Para que no nos hagamos bolas, Rius nos ofrece en San Garabato un digno representante de cada clase social, de cada esfera de poder, y de sus variantes y matices. Así, por ejemplo: Don Perpetuo del Rosal, el presidente municipal; Doña Eme, la beata; Ticiano Truye, el tendero; y claro, Calzoncin, el indio sabio, enigmático y inescrutable, que vemos siempre envuelto en una ¡manta eléctrica!; válgame la ironía y el guiño de humor.



¿Quién se iba a aventurar en México a convertir a un indio en el personaje central de un comic? Sólo alguien como Rius que nos entiende muy, pero muy bien a los mexicanos, pues aunque exista en México tan acendrado racismo, a pesar de que lo neguemos, todos sabemos que los indios tienen una sabiduría y un temple que les confiere un respeto indiscutible. Y cuidado, que no soy de las que hacen la apología de los indígenas por corrección política ; valgame el cielo, no.
Cuando tuve el honor de entrevistar a Rius en el canal 22, yo sólo conocía su obra y no sabía, aunque lo intuía, el temperamento de esa leyenda viviente. Cuál fue mi alegría cuando entró al estudio de televisión ese hombre de sonrisa abierta y un tanto picante y ojos dulcísimos, rodeado de una aureola de humildad, pero de humildad verdadera, no impostada, como he visto en otros muchos artistas. La humildad de quien sabe perfectamente lo que es y lo que ha logrado en la vida; de quien no necesita demostrar nada a nadie porque su obra, su trayectoria y su dignidad lo avalan.
En aquella entrevista, como en otras muchas que he leído y escuchado de él, respondió con candor, con honestidad y con picardía, lo que hizo que la entrevista corriera como el agua. Una hora, poquísimo tiempo para el aluvión de preguntas que me hubiera gustado hacerle.
            Ahora bien, yo me pregunto cómo ese hombre sabe tantísimas cosas y con tal profundidad, y más todavía en aquella época, ¡sin internet! Rius nos enseñó a Marx, nos habló de Quetzaotcoatl, la Perestroica, la cocina vegetariana, la Biblia como una linda tontería y asi, más de 100 títulos. Pedagogo profundo y preciso, no dejó tema por abordar ni títere sin cabeza.

Y no sólo es excepcional por su sabiduría, sino por su fecundidad ¿Cómo has sido tan prolífico?, le pregunté. « Porque no hacía otra cosa en todo el día ». También nos contó que le daba pena haberse perdido de muchas cosas por esa dedicación absoluta a su oficio.
También le pregunté si dividía el trabajo, si alguien le ayudaba a llenar los textos en las viñetas o a colorear. No, lo hacía toditito de principio a fin. Sorprendente.
Cómo me hubiera gustado estar presente en algún encuentro entre Rius y mi querido amigo Guillermo Mendizabal, dueño de Editorial Posada, donde Rius publicaba su obra. Guillermo, editor excepcional y entrañable amigo al que extraño muchísimo, hizo la mancuerna perfecta para divulgar la obra de Rius. Ambos, valientes y osados,  lograron lo impresable: vencer a la censura y lanzar la obra de Rius al pueblo mexicano.

Monero sin veleidades, hombre de bien y para el bien, ese es Rius. Eduardo del Río, jamás ha hecho concesiones, por eso se ha ganado el respeto de todas las generaciones. Nunca ha claudicado, nunca se ha hecho tonto ni a bajado la guardia. Rius es un imprescindible, como no pudo decir nadie mejor que Bertold Brecht:

"Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles."

Ese es Rius y no hay muchos como él ni México ni en ningún otro lado.



jueves, 9 de mayo de 2013

POR MI PROPIA MANO (relato) - fragmento PRECUELA DE "LOS HIJOS DEL TIEMPO"



A continuación les ofrecemos un fragmento de POR MI PROPIA MANO,
la novela corta que se ofrece como recompensa (la número 3) en el crowdfunding NACEMOS MUERTOS, la novela de Ana Colchero que sólo existirá si USTED la apoya


El escozor aumentaba por instantes mientras subía por las fosas nasales. La imposibilidad de abrir los ojos era tolerable frente a la incapacidad de respirar. Mi garganta, bloqueada por la inflamación, sólo dejaba pasar el vómito que aliviaba momentáneamente el embiste de los gases lacrimógenos. Doblado en dos, buscando a tientas con las manos extendidas el chorro de agua que mi débil oído escuchaba, sentí el golpe contundente que rasgó la carne de mi sien. 
Por largo rato, el pasar de los edificios, los árboles y los letreros de las calles se sucedían delante de mis ojos sin comprender que ese era el ángulo de las cosas desde el piso del camión descubierto al que me habían echado. El olor mezclado de la sangre, el vómito y el sudor no eran sólo míos, también de los otros que se amontonaban junto a mí. La inconsciencia intermitente que me provocó el golpe, desdibujó mi recuerdo del trayecto, y no fue hasta que llegamos al galpón que tengo memoria precisa. Ahogados por algo como un líquido en mi cerebro, escuchaba los gritos, entendía los improperios, y el odio y la necesidad de inspirar miedo de aquellos hombres. El cansancio y la confusión fueron el narcótico de los primeros momentos. Después de no sé cuántas horas, mis sentidos ganaron presencia y se confirmó mi temor: estábamos a merced de la policía en un lugar clandestino, lo que presuponía que seríamos tratados como trasgresores de la ley y el orden, como terroristas o guerrilleros, ni siquiera como delincuentes comunes a los que sí se procesa por las vías legales; vamos, que lo que seguía era la tortura.
Desde que tengo memoria imaginé el día en el que sería torturado. Me decía una y otra vez que mis convicciones o mi fuerza me harían invencible, pero en el fondo era consciente de que eso lo diría el momento, pues nadie conoce su propio dolor hasta que alguien nos lleva al límite desconocido del sufrimiento.
Cuando me arrastraron ya conocía el camino y la silla y el foco y las palabrotas y la picana y la culata, lo que no conocía era mi verdadera constitución. Con cada golpe iba haciéndome más pequeño, me encogía y me guardaba dentro de mí mismo, como quien se muere de frío y de tristeza y de lástima. No había nada que contestar a estas bestias estúpidas que preguntaban cosas que ya sabían, sólo como justificación para torturar, sólo para copiar el símil de la escena ridícula de pegarme para escarmentar mi osadía; osadía que ellos ni siquiera entendían a qué.
Pero los golpes tuvieron su efecto, desde ese día el aprecio por mí mismo decayó. Mi imagen cubierta en vómito y orines, mi cara machacada a culatazos, mi hombría humillada a toques de picana, mi humanidad convertida en un desecho.
Salí de ahí a los once meses, después de perder el oído por completo a causa de una afección de infancia, agravada por las sesiones de tortura y las infecciones sin tratamiento. Volví al cuartito que me servía de taller y de habitación, y que milagrosamente nadie había invadido. Al  salir del “sistema”, me habían dado ese sitio que yo tenía que pagar con el trabajo que también me habían destinado y que yo dejé muy pronto, para dedicarme a hacer retratos a personas en la calle. Me sorprendió ver que no lo hubieran reasignado; ni siquiera se habían dado cuenta de mi deuda, pensé. Mis dibujos seguían en su sitio, polvorientos; mis cigarrillos sabían ya a viejo y todo olía a abandono.
Saqué del envoltorio las cartulinas con los rostros de mis compañeros de prisión. Pero había un envoltorio que quería abrir con calma entrada la noche, así que abrí una vieja lata de atún, que me supo a gloria, y cuando ya había lavado los pocos platos que utilicé, llené un vaso con el aguardiente que quedaba en una botella y saqué los dibujos que había reservado.
Cuando en la cárcel me di cuenta de que me estaba quedando sordo, pasé días en los que creí que me volvería loco. Desde niño me había perseguido la angustia de esa posibilidad; por eso me había hecho dibujante, no quería verme sin trabajo si la sordera me alcanzaba. Siempre tuve presente la etapa de mi infancia en la que mi madre ingresó a prisión y yo al sistema, y me vino esa infección agudísima en los oídos y la garganta. La familia de acogida no hizo caso, creyendo que lo que me pasaba era que estaba deprimido. Para cuando me llevaron al hospital uno de los tímpanos se había reventado y el otro estaba muy lastimado. Nunca volví a saber de mi madre y pasé por varios hogares de acogida, hasta que cumplí los dieciocho. Me hice de un puesto en Central Park, en la esquina junto al quiosco de revistas, cerca de la avenida, donde pasaban muchos turistas. Algunos se detenían con la esperanza de llevarse un souvenir muy personal de la gran ciudad. Afortunadamente soy bastante buen dibujante y rápido, por lo que en un buen fin de semana hacía casi el suficiente dinero para llegar al siguiente. Además tenía un aspecto inofensivo, nada en mí llamaba la atención; de no ser por mis retratos, nadie hubiera volteado a mirarme. Quizá era a causa de ese físico anodino que mi timidez era tan grande, o quizá, ésta configuró en parte mi semblante. Nunca fui atlético, más bien bajito y de constitución delgada, y aun cuando procuré ejercitar mis brazos para adquirir un poco de la robustez que la naturaleza me había negado, nunca llegué a ser fuerte, por lo que siempre busqué no meterme en problemas. Todo esto me llevó a no tuve suerte con las chicas, ni éxito en nada; era un tipo de veinticuatro años que se había quedado sordo, que había pasado los últimos once meses en la cárcel por participar en una manifestación contra algo que ya ni recordaba, a la que había asistido casi por no tener nada mejor que hacer y otro poco por rememorar los deseos de rebeldía de la adolescencia.
 (...) 

© Ana Colchero, 2013


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