sábado, 2 de noviembre de 2013

La muerte, la parca, la pelona…

La muerte, la parca, la pelona…
 
Siempre he creído que la muerte rige nuestras vidas y que nuestro deseo y lucha por vencerla nos maneja como marionetas de hilos invisibles.

Esto por una sencillísima razón: la parca es la única certeza de la existencia. Ya podemos imaginar vida después de la vida, reencarnaciones, sublimaciones o lo que queramos, pero lo seguro, seguro es que la vamos a palmar. Aunque vayan y vengan teorías, innovaciones tecnológicas o pensamientos mágicos que la traten de vencer, la muerte nos va a llegar sí o sí. Criogenia, espiritismo o a lo que nos guste aferrarnos, la vida se mueve alrededor del miedo a no ser, a dejar de ser. Y de ahí el eterno cuestionamiento sobre el sentido de la vida.

“Ser o no ser, esa es el dilema” o como mejor lo tradujera el querido Tomás Segovia: “ Ser o no ser, de eso se trata”, decía Hamlet, quien dos actos antes de esa escena, con el cráneo de su amigo Yorick entre las manos le pregunta qué ha sido de su energía y de sus bromas.


 El soliloquio de Hamlet es un lamento por la imposibilidad del descanso eterno; la duda de que la muerte sea el fin absoluto, pues “morir es dormir”. Shakespeare teme que la muerte sea un sueño y con ella no terminen los sufrimientos.

Y es al final del soliloquio que nos golpea en la cara al decirnos: “Thus Conscience does make Cowards of us all”. “De esta manera la conciencia hace de todos nosotros cobardes…”.

¿Es ese el origen de nuestra cobardía? ¿La conciencia de ignorar lo que hay detrás de la muerte? Hamlet duda de que su suicidio termine con el infortunio que es la vida, pues si la muerte es dormir, los sueños impedirán su descanso.

"SEGISMUNDO ENCADENADO", DALÍ

 Pero vayamos a un contemporáneo de Shakespeare, casi tan grande como él: Calderón de la Barca, que en otro soliloquio, el de Segismundo, nos dice que la vida es un sueño:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”.

 Para el inglés la muerte es sueño; para el español, la vida es sueño.

Yo incorporo un alternativa a la interrogante de nuestra cobardía, a diferencia de la duda de Hamlet: ¿Nuestra cobardía no nace del temor de no ser, más que del temor a lo que pueda haber o no después de la muerte?


La actitud de las sociedades frente a la muerte nos revela mucho del origen de ese miedo. La mexicana hace como que juega con ella, digo hace, pues habrá que analizar si es arrojo o parte del miedo a la muerte lo que nos hace jugar con ella, al menos el Día de Muertos.
En cambio, la sociedad moderna occidentalizada busca desaparecerla de su vista. Como si eso fuera posible o deseable. A la muerte sólo se le mira a través de la ficción. El mundo está plagado de muerte teatralizada, muerte sofisticada, de muerte de estética estilizada en un formato siempre homogéneo impuesto por la industria cinematográfica y para el público en general, la televisiva.

Ni siquiera las imágenes de los ataúdes de los soldados muertos de la guerra de Iraq son permitidos en los medios. Aquellos ataúdes que venían de Vietnam recubiertos por la bandera gringa, en esta guerra actual están proscritos de las pantallas. No digamos las escenas de batallas retratadas por la cámaras de los corresponsales como Robert Capa, quien hoy no tendría cabida en ninguna guerra.

Guerrsa asépticas donde ya ni siquiera se cuenta el número de muertos ni se retratan sus horrores, a menos que sirva a algún claro propósito de invasión.

Hoy es de mal gusto hablar de la muerte. Lo más que permiten las buenas costumbres es brindar por los ausentes, a quienes hay que velar pronto y hacerles un duelo breve, pues es casi morboso guardar un luto prolongado. Hay que ir pronto a trabajar o buscar distracciones para que el dolor se vaya lo antes posible. Cuántas veces he oído: “Pero ya deberías de estar resignada, han pasado meses de la muerte de tu…” Ay, carajo, la gente siempre quiere borrar del entorno el duelo ajeno; como si molestara que el otro ande lloriqueando por su muertito.

Pero volviendo a la pelona, es ella la protagonista preferida de la literatura, eso sin duda, más aún que el amor romántico. Se ha escrito más sobre la muerte que sobre la pasión, aunque como no son excluyentes ni mucho menos; hay material infinito que las amalgama. ¿Será que combatimos nuestro miedo a la muerte aferrándonos a la vida mediante el amor? Sí, algunos sí, pero otros muchos buscan vencer a la muerte por otros medios, menos, digamos, amables. Por ejemplo, el escudo protector de la riqueza y el poder. En la ansiedad de posesión y poder veo la búsqueda por vencer a la muerte, por alejarla, por aplazarla. Las posesiones y el poder logran la fantasía de hacernos invulnerables, y sí, claro que garantiza una vida menos riesgosa, pero jamás la inmortalidad. El límite del poder y la riqueza es ese, la muerte.

Recordemos simplemente a hombres como Aristóteles Onassis que, en lo más alto de su poderío, no pudo vencer una vulgar enfermedad, ni impedir la muerte accidental de su único hijo.

Una de mis novelas favoritas es la primera de uno de los monstruos de la literatura, Balzac, quien publicó “El centenario” con el seudónimo de Horace de Saint-Aubin. La figura del inmortal es tan seductora como la del Don Juan o más todavía. La fantasía de no morir jamás no pasa de moda. Balzac va más allá con su Béringhled al que percibo no sólo como inmortal, sino como la muerte misma. Balzac, retrata a un inmortal melancólico, (quién sabe si Béringhled inspiró a Murnau para crear la estampa de su triste Nosferatu), que arrastra su inexorable destino eterno haciendo lo justo, aunque para el mundo lo justo sea siempre terrible.

Así es la muerte, terrible e inexorable, mas sin embargo, reviste una triste belleza por su inmenso poder. Con ella no se puede negociar, no se corrompe, no media con nadie, es implacable, por lo tanto, es justa.

 El clima de muerte que vivimos en México y el tú por tú con el que la trata una parte cada vez más grande de la sociedad, me llevó a meterme en sus entrañas con mi novela “Nacemos muertos”, pues si bien la muerte es justa siempre, pues no perdona a a nadie, no así quienes quieren adueñarse de ella.

 http://nacemosmuertosanacolchero.blogspot.com.es/
Sí, los asesinos se sienten si no inmortales, sí invencibles al querer robarle a la muerte su poder. ¿Creerán que mientras sean ellos los que inflijan la muerte, están a salvo de ella? ¿Será que creen que cuando más cerca estén de ella, les perdonará su sentencia? ¿Sentir el poder de la más poderosa, los hace creerse inmortales, aunque sea por un tiempo, por más contradictorio que esto parezca? ¿El miedo en los ojos del asesinado es alimento de vida para los asesinos?

Me fue imposible comprender la mente de un asesino y el placer que parece mover su patética vida, por eso escribí sobre los vivos que sobreviven a los asesinados.

Volviendo a mi cuestionamiento: ¿de dónde surge el miedo a la muerte: de no ser o de lo que hay detrás de la muerte, como plantea Hamlet? El vértigo de no ser es insoportable para la mayoría de los seres humanos. La muerte es el sinónimo de un mundo sin nosotros, por tanto, la nada. El hombre sigue creyendo que si un árbol cae en el bosque y nadie lo oye, es un evento que no ha existido. El antropocentrismo, desde Descartes, sigue siendo la medida de las cosas.


Conociendo un poco la cosmogonía de los pueblos indígenas en México, para mí es claro que para ellos la vida no termina en su propia vida. Por eso la parte que les corresponde construir en su tiempo es parte de una vida que continúa en los otros y no termina en ellos. Quizá de ahí viene el juego con la muerte en México, y que en el proceso de mestizaje se trunca y nos deja sólo la faceta lúdica.

El antropocentrismo nos hace profundamente temerosos pues nos vemos como seres individuales, separados; partículas y no ondas. ¿Seremos realmente individuos, partículas separadas? Lo cuestiono, y creo que es motivo de reflexión para una próxima entrega…