domingo, 29 de junio de 2014

CÓMO FUNCIONA EL CAPITALISMO

    El capitalismo que hoy domina la creación y distribución de riqueza se nos presenta como una especie de fatalidad porque olvidamos que lo hemos inventado los seres humanos y que no es una fatalidad del destino. Y así como lo hemos creado, si ya no nos sirve, podemos desmantelarla, como se desmantela una máquina obsoleta y se le lleva a un museo de historia.

      Aquellos convencidos de que estamos condenados y que nada puede cambiar, será mejor que no pierdan su tiempo viendo este video. Los que creen en la inteligencia y voluntad del ser humano para mejorar sus condiciones de vida, bienvenidos.

      El primer paso es entender cómo funciona el capitalismo. Para ello empezaremos por uno de sus actores principales: el dinero. Todos estamos de acuerdo en que el dinero es una medida para intercambiar bienes y servicios. Pero ¿qué es lo que mide el dinero?
      Remontémonos un poco en el tiempo. Durante la Edad Media, los siervos, los campesinos del señor feudal, producían un excedente para éste, mientras que el producto restante era para el propio consumo del siervo, y sólo si obtenía algún excedente lo intercambiaba por otros productos en el mercado local. Pero las cosas evolucionaron y muchos campesinos salieron de los feudos y se sumaron a los artesanos que más tarde convirtieron su taller artesanal en pequeñas fábricas con obreros que trabajaban para ellos. Al mismo tiempo los propios señores feudales encontraron una salida muy redituable a sus excedentes de riqueza y crearon fábricas y talleres de todo tipo.
      Las mercancías fueron desde entonces creadas expresamente para la venta, y encontraron en el mercado más mercancías por las cuales intercambiarlas. El dinero, que ya existía en la antigüedad, se utilizó para facilitar el intercambio, pues si hoy quiero vender pan y quien quiere comprar mi pan es el sastre, pero yo no quiero ninguna camisa, necesitamos una mercancía equivalente a ambas: a la cual denominamos dinero. Pero este dinero en nada cambia el hecho de que pan y camisas puedan intercambiarse. ¿Pero, entonces, qué es lo que los hace equivalentes? ¿Qué tienen en común ambas mercancías para poder intercambiarse?
¿QUÉ MIDE EL DINERO?

      Pongamos un ejemplo: yo, el pescador de mi pueblo, solo a la orilla del mar, pesco en doce horas doce pescados diariamente. A un pescado por hora en promedio. Los peces, no me cuestan nada, están en el mar y los pesco con una caña que hice yo mismo.

      Mi vecino, el leñador, corta cuatro cargas de madera en doce horas, una carga cada tres horas, con un hacha que él mismo fabricó y la madera no le cuesta nada, está en el bosque.

      Un día tuve ganas de encender el hogar y mi vecino tenía ganas de comer pescado. Así que nos sentamos tranquilamente a pensar cómo intercambiar nuestros productos de manera correcta. No puedo sumar manzanas y peras a menos que tengan algo en común.  ¿Qué tienen en común pescados y leña? Ambos, nos miramos asombrados y encontramos que lo único común entre mis pescados y su leña era la cantidad de trabajo que ambos pusimos en pescar y cortar. El trabajo es lo que había convertido al pez en pescado y al árbol en leña. Pero él decía que su trabajo era mejor que el mío y yo respondía que no era así.

      Seguimos discutiendo hasta que el leñador me preguntó: “Vamos a ver, ¿cuántas tiempo te llevó pescar esos pescados?”. “Pues una hora cada uno”, le respondí. “!Lo ves!”, me dijo, “a mí me tomó tres horas cortar una carga de leña”.

      “¡Ahí está la respuesta!”, dije entusiasmado. “El tiempo de trabajo que a ambos nos tomó obtener nuestros productos es nuestro equivalente común”. Yo le di tres pescados por una carga de su leña, la cantidad de pescado y leña que a cada uno nos había tomado tres horas de trabajo obtener.

      Así nos hemos puesto de acuerdo todos en el pueblo y ahora sabemos cómo intercambiar nuestras mercancías.
¿CÓMO CALCULAR EL VALOR DE UNA MERCANCÍA?

      Lo mismo pasa conmigo, el ebanista. Yo fabrico una silla en 12 horas utilizando como materia prima 2 cargas de madera que compro al leñador. ¿Cómo puedo calcular el valor en mi silla para intercambiarla en el mercado? Muy sencillo, en material prima para hacer la silla utilice 2 cargas de madera o lo que es lo mismo 6 horas de trabajo del leñador, a las que se suman las 12 horas que yo trabajé para fabricar la silla, lo cual dan un total de 18 horas de trabajo. Por lo tanto, deberé intercambiar mi silla por algo que contenga 18 horas de trabajo.

      Si alguno de los fabricantes de mercancías quiere pasarse de listo y vender más caro; engañar a su clientela diciendo que lo suyo lleva más horas de trabajo, su competidor ganará esa cliente, pues lo venderá a su justo valor. De esa manera se regula la compra y venta de mercancías.
EL DINERO

      Como no siempre el pescador quiere leña y el ebanista pescado, nos hemos puesto de acuerdo todos en el pueblo para que una mercancía específica sirva como medida del tiempo de trabajo general y podamos consumir de todo. 

      Hemos decidido que sea el oro, que se extraen de nuestra mina a 12 onzas en promedio durante cada jornada de trabajo de doce horas del minero. Así, cada onza de oro corresponde a una hora de trabajo. Podríamos utilizar como dinero arroz, por ejemplo, que el agricultor cosecha a razón de dos sacos por hora, pero tendríamos que cargar carros de éste para intercambiar las mercancías, y no sería práctico. 

PRECIO DE LA FUERZA DE TRABAJO
      Ahora vendo tan bien mis sillas que he podido ahorrar de mis horas de trabajo, el suficiente dinero para usarlo como capital y ampliar mi producción. Así que salgo al mercado de trabajo en busca de un trabajador. En el pueblo hay muchos hombres que no tienen medios para iniciar su propia producción, pero tienen una mercancía que vender: su fuerza de trabajo.

      El pago mínimo que el obrero acepta por vender su fuerza de trabajo es la cantidad de dinero necesario para sobrevivir y esto es lo máximo que yo estoy dispuesto a pagar por el momento. En nuestro pueblo la suma de alimento y bienes para la sobrevivencia diaria se compra con 6 onzas de oro, el equivalente a 6 horas de trabajo, y por esa cantidad hago trabajar a mi obrero durante las mismas 12 horas que yo trabajaba.

INVERSIÓN Y GANANCIA

      ¿Cúanto gano ahora que he invertido mi capital y no trabajo ya en la silla? Veamos: vendo la silla por las mismas 18 onzas de oro de antes, pues en el mercado a nadie le importa quién hace la silla, si el obrero o yo.

      A estas 18 les resto mi iersión: 12, 6 en materias primas y 6 en salario, lo que me da una ganancia de 6 onzas de oro libres de polvo y paja para mí. ¿De dónde salió mi ganancias?

      Veamos: en materia prima utilizo la misma cantidad de madera que cuando yo la hacía, pues es la misma silla, así que ahí no he ahorrado nada y por tanto ahí no está la fuente de mi ganancia. Así que debo analizar el otro componente de mi producción: el trabajo.

      Mi jornada de trabajo era idéntica a la de mi obrero ahora, de 12 horas. Cuando yo fabricaba la silla, conservaba íntegras para mí el producto de mis 12 horas de trabajo,  o sea 12 onzas de oro.  Ahora a mi obrero, por la misma jornada de 12 horas, no le pago 12 sino 6, la mitad, el 50%.

      Como yo pongo el capital, mi obrero trabaja 6 horas para él y las otras 6 para mí. De ahí salen mis 6 onzas de oro de ganancia, que son el 50% de las 12 que invertí.

      El origen de la ganancia es el concepto más importante para comprender cómo funciona el capitalismo, así que resaltemos lo visto hace un momento: cuando yo hacía la silla conservaba las 12 onzas de oro por mis 12 horas de trabajo. Como mi obrero no tiene capital para iniciar su propia producción, tiene que venderme su fuerza de trabajo por el mínimo para sobrevivir, 6 onzas de oro, por 12 horas de trabajo. Así que yo conservo el producto de 6 de esas 12 horas de trabajo que él trabaja para mí.  De esas 6 horas de trabajo que no le pago al obrero es de donde sale mi ganancia. Como mi inversión fue de 12 onzas de oro: 6 en materias primas y 6 en salarios, resulta que mi ganancia es del 50% de mi inversión.

LA COMPETENCIA

      Me doy cuenta de que mi clientela ha bajado y descubro que hace unos días abrió otra ebanistería  que produce sillas más barata que las mías y en mayor cantidad y en esa ebanistería trabajan el mismo número de obreros que en la mía. ¿Entonces, cómo hace su competidor para producir más y más barato?

      Investigo y encuentro que ese ebanista ha comprando una sierra muy potente y gracias a ella produce cada silla en la mitad del tiempo que yo y puede, por lo tanto, venderla a un menor precio.

¿Cómo puedo competir con él?

      Pienso en hacer trabajar el doble a mis empleados, pero la jornada de trabajo es ya de 12 horas y se niegan a trabajar más tiempo. También podría bajarles el sueldo, pero les pago el mínimo para su sobreviviencia y lo rechazan tajantemente. No me queda más remedio que comprar una nueva sierra. Veo en las arcas y como me falta dinero, pido un préstamo en el banco y finalmente la compro.
      Hemos llegado al momento crucial del análisis. Siguiendo con atención sólo cuatro minutos más el ejemplo de nuestro ebanista, entenderemos la razón de fondo por la cual se originan las crisis cíclicas y a la larga mortales del capitalismo.

TENDENCIA DECRECIENTE DE LA TASA DE GANANCIA

      Gracias a mi nueva sierra, ahora produzco en cada jornada de trabajo, 2 sillas en lugar de una. Para comprobar si puedo venderlas tan baratas como mi competidor, necesito calcular el nuevo valor, sumando el tiempo de trabajo incorporado en cada silla.
     
      Veamos: 6 horas de trabajo del leñador, más 6 horas de trabajo de mi obrero, que gracias a la sierra realiza cada silla en la mitad de tiempo que antes, nos da un total de 12 horas de trabajo, y como fabrico 2 sillas en cada jornada tengo un valor total de 24 horas de trabajo, que venderé en el mercado por 24 onzas de oro. ¿Pero cuánto es mi ganancia?

      Para saberlo debo restarle al valor de mis sillas lo que invertí en producirlas. Calculemos mi inversión: como hago dos sillas por jornada, en materia primas utilizo el doble de madera, 12 onzas de oro. En salarios le pago a mi obrero por la jornada de 12 horas lo mismo que antes: 6 onzas de oro, lo que equivale a 6 horas de trabajo, por tanto, sigo conservando para mí el valor de las 6 horas restantes, así que mi inversión total es de 18 onzas de oro.

      El valor total de mis sillas, como ya hemos calculad,o es de 24, y le resto mi inversión, 18, lo que me da una ganancia de… ¡6 onzas de oro! ¡¿Pero cómo?! Ahora que produzco más y más barato, gano lo mismo.    

      Antes  de utilizar la sierra invertía 12  y ganaba  6, o sea, tenía una ganancia del 50% de mi inversión. Ahora, que produzco el doble e invierto 18, mi ganancia sigue siendo de 6, sólo el 33% de mi inversión. 

      ¿Qué ha pasado? Los capitales buscan siempre el mejor rendimiento para su inversión, pero otros capitales llegan, y como la demanda es limitada, para atraerla sólo hay un camino: abaratar las mercancías. ¿Pero cómo? Reduciendo el valor de cada mercancía, lo que implica invariablemente, reducir el tiempo de trabajo incorporado en cada una, pues sólo así se produce más en menos tiempo. Si antes producía una silla por jornada, ahora debo producir dos, así que el valor de mi silla baja y sólo así puedo competir.

      ¿Cómo se logra esto? Primero hay dos formas: hacer rendir más al obrero ó reducir su salario, pero estas dos modalidades tienen un límite natural, las horas que el obrero puede trabajar al día y el sueldo mínimo para su subsistencia. Además, de que el valor de la fuerza de trabajo, como cualquier mercancía, se determina socialmente

      Entonces los capitales desarrollan una tercera modalidad: incorporar mejoras tecnológicas para producir más en menos tiempo y así abaratar las mercancías.

Como hemos podido comprobar la carrera por la productividad mediante mejoras en tecnología, implica que los gastos en  materias primas y maquinaria aumenten en mayor proporción al gasto en fuerza de trabajo, que es de donde obtengo la ganancia, y por lo tanto, la ganancia se reduce en relación a lo que invertí, aunque se venda toda la producción, lo cual además, es más difícil al tratar de vender mayor cantidad en un mercado cada vez más competitivo.

      Al extrapolar el ejemplo de nuestro ebanista a la economía global comprendemos dónde radica el germen de la crisis capitalista.

EL CREDITO

      El crédito es el único expansor de demanda de mercancías cuando la sociedad produce una cantidad superior a las necesidades o a la capacidad de compra de la población.

      ¿Pero qué es exactamente una deuda con el banco? Es la promesa de pago de una cantidad de nuestro salario futuro, o sea, una cantidad de nuestras horas de trabajo, cuando las hayamos trabajado y cobrado, o parte de la ganancia si es el capitalista quien lo pide, aun así, horas laboradas por los trabajadores. Una cantidad a la que además se le sumarán intereses.

      Como ya sabemos, la producción sigue su carrera con nuevos adelantos tecnológicos y ahora para ganar lo mismo debo producir más cantidad que antes.  

      La entrada de nuevas tecnologías y el consecuente incremento en la cantidad de mercancías tiende a imperar en el conjunto de la economía, pero la cantidad de trabajadores empleados no se expande en la misma proporción, más aún, la tecnología ralentiza su contratación o reemplaza a gran número de trabajadores. Por  ello nos encontramos con que aun cuando los precios de las mercancías bajan, también la capacidad de compra y por  más que se expanda el crédito, éste tiene el límite real de la cantidad de salarios futuros que serán menos.
BURBUJA CREDITICIA

      La sociedad está ya endeudada y no compra a pesar de los bajos precios. Además, debido a la baja en los precios, ahora los deudores no quieren pagar los préstamos de mercancías que compraron más caras de lo que valen actualmente en el mercado. La producción, por tanto, se frena y esto conlleva a nuevos despidos, por lo que el crédito irremisiblemente se frena de nuevo, al tiempo que una cantidad importante de la deuda no podrá ser pagada. Esto se conoce como explosión de una burbuja crediticia.
      Después de la explosión de la burbuja crediticia, la producción no encuentra demanda suficiente. Así que pediré al gobierno que ayude a los bancos poniendo de los impuestos de todos para que puedan seguir prestando, o sea, que realice un rescate bancario. Sin embargo, qué gran problema, pues por ser ahora más productivos y fabricar más mercancías gracias a los avances tecnológicos, ha decrecido el empleo y ahora casi nadie puede pedir nuevos créditos.

      Por el lado del trabajo, puedo bajar los salarios de mis trabajadores, expandir su jornada de trabajo, quitar prestaciones sociales, o pedir al gobierno que suba los impuestos a los salarios y los impuestos a cada mercancía.
Pero los trabajadores siempre han presionado para mejorar sus salarios y condiciones de trabajo y lucharán contra una merma en su nivel de vida.

      Entonces también puedo irme a otros lugares del mundo donde haya trabajadores más baratos y que trabajen más horas, pero pronto también ellos lucharán por mejores salarios y condiciones de trabajo.
      Los gobiernos me ayudarán a meter en cintura a los trabajadores, con reformas laborales, privatizaciones, recortes a bienestar social, impuestos, represión, pero el límite real de los salarios, el mínimo para sobrevivir, y el avance en la tecnología, como hemos visto, hará insuficiente todo lo que  hagamos para vender nuestras mercancías.

      Por el lado del capital financiero, tengo la opción de liquidar mi fábrica y poner mi dinero en la bolsa de valores o en los bancos para que otros empresarios se financien con mi dinero y yo reciba parte de la ganancia que generan esas empresas que sí han podido mantenerse en el mercado.

      Pero en mi caso están muchos otros y los que han logrado sobrevivir tendrán tarde o temprano el mismo problema que yo, el círculo se irá estrechando, las ganancias se reducirán y lo que creíamos que íbamos a ganar en la bolsa y los bancos, irá mermando, y se concentrará cada vez en menos manos.

      Las crisis en la bolsa de valores no son otra cosa, sino la saturación de un mercado de dinero al que fluye cada vez menos ganancia. La especulación en la bolsa es el mecanismo de redistribución del valor de cada acción, pero en nada altera la rentabilidad de éstas.
      Por el lado de la concentración de capital, podría intentar comprar  todas las empresas de mi ramo para crear un monopolio y subir los precios de mis mercancías hasta donde yo quiera, pero aún así, no podría venderlas por falta de demanda.

      Por el lado de la tecnología, podríamos tirar todas las nuevas tecnologías al mar y volver a nuestra producción de antes, pero… muy pronto alguno de nosotros aparecería con una innovación para quedarse con una parte del mercado y empezaría todo de nuevo.
      Por el lado militar, podríamos inventar una nueva burbuja con una guerra mediante la cual destruyamos mucha riqueza para crear nueva. Pero… al final, cuando hayamos reconstruido todo, tendríamos de nuevo el mismo problema.  Aunque claro, ganaríamos tiempo, recordemos los años de postguerra de 1944 a 1971, que empieza a gestarse la crisis.
      Este es círculo vicioso intrínseco, inherente e indivisible del sistema. Un inmenso arsenal de mercancías que no pueden venderse; un límite infranqueable del crédito, y la recesión tanto en el ámbito de la producción como del capital financiero, pues se alimenta de la esfera productiva.
      El dinero, única materia prima del capital financiero, no es otra cosa que la suma de la riqueza generada en la sociedad y como habíamos comprobado antes, el dinero no es más que la medida de la cantidad de horas de trabajo general.

      Si, por ejemplo, los bancos centrales buscaran dinero, simplemente imprimirían dinero, es su prerrogativa, pero si no lo hacen es porque el dinero no es otra cosa que la medida del tiempo de trabajo y éste tiene un límite: las horas trabajadas o por trabajar en la creación de riqueza. Cuando  han imprimido dinero irresponsablemente, lo que han ocasionado es una gran inflación que es el mecanismo compensatorio en el mercado de esta medida arbitraria.

      No le demos vueltas y olvidemos la eterna digresión del dinero como causante en sí mismo de nuestros males. El dinero es sólo una medida de valor, no el valor en sí mismo.
      El tiempo de trabajo social decrece por la productividad gracias a la incorporación de nuevas tecnologías, y con ello decrece la tasa general de ganancia. Y es por esa baja en la tasa general de ganancia que los mercados, el capital, se revuelve desesperado y buscan mecanismos cada vez más pernicioso para la sociedad con el fin de resarcir el daño. Para ello se están reforzando y sofisticando prácticas aberrantes como depauperación de la naturaleza, contaminación ambiental, comercio sexual, crimen organizado, guerras, creación de consumo inútil, medicinas innecesarias, obsolescencia programada, medios de comunicación estupidizantes, gobiernos traidores de sus pueblos, robos y fraudes financieros, todo lo anterior y más es perseguido por una sola motivación y sólo una, la obtención de una ganancia cada vez más difícil de obtener.
¡BUENAS NOTICIAS!

      Aunque parezca mentira, esta baja de ganancia promedio por el avance de la tecnología puede ser lo mejor que nos haya pasado a la sociedad, pues demuestra que estamos muy cerca de liberarnos de este círculo pernicioso, dado que si cada día podemos producir más bienes y cada vez más baratos, porque se fabrican en menos tiempo de trabajo, esto sólo quiere significa que si hacemos buen uso de los recursos y la tecnología, podemos producir con muy poco trabajo humano lo necesario para satisfacer las necesidades de la sociedad entera.

      Y hoy por primera vez en la historia de la humanidad esto es perfectamente posible. Veamos con calma el panorama y entenderemos porqué salir de este modo de producir y distribuir la riqueza es ya hoy una realidad.

      Primero observemos lo siguiente: en el planeta, gracias a la naturaleza y a la fuerza creadora del hombre que ha desarrollado las nuevas tecnologías, existe hoy la capacidad de alimentar, dar techo, abrigo y bienestar general a los casi siete mil millones de seres humanos. Y si no me creen, volteen a ver el inmenso arsenal de mercancías en el mercado; la cantidad de alimentos que se tiran al mar por falta de demanda; la cantidad ingente de casas y edificios deshabitados en todas las ciudades y pueblos; la inmensa cantidad de hombres y mujeres deseosos de trabajar y participar en la vida productiva; la cantidad descomunal de profesionales desempleados; los miles de descubrimientos archivados por no desechar del mercado los existentes.

      La riqueza material y humana está ahora mismo detenida, subutilizada y ociosa sólo porque nos hemos organizado de una manera que hoy nos está ahogando. Este sistema económico, aunque injusto siempre, fue motor del desarrollo humano, pero en estos momento lo está deteniendo.

      Sino porque vivimos en una crisis desde el 2007 si no ha habido una pandemia, ni un desastre natural, ni una guerra mundial. Porque es el capitalismo el que está en crisis, no los seres humanos o la naturaleza.

      ¿Qué nos está limitando entonces la  posibilidad del capitalismo? Muchos me dirán que debemos pedirle al capital que no sea tan ambicioso, que no busque incrementar sus ganancias, pero eso es pedirle al capital que deje de ser lo que es, que se suicide.

      Tampoco podemos pedirle a los trabajadores que no busquen mejores salarios y condiciones de trabajo, pues sería pedirle que se dejen morir.

      Lo importante es ver lo que sí es posible: esto es, producir de la manera en que el propio desarrollo nos está indicando: podemos producir bienes en abundancia, tanto como necesitamos, y con cada vez menos inversión de trabajo humano repetitivo y esclavizante que nadie quiere hacer.
      Es la realidad, y no alguna ideología, la que nos está marcnado el camino, pues ya sólo tenemos dos opciones: o dejar que este sistema se descomponga aun más con el costo infinito de sufrimiento y vidas humanas o tomar de la mano el desarrollo y hacer uso de él para el beneficio de todos.

      Claro que los que todavía tienen algo que perder, se resistirán violentamente, pero cada vez son menos y como hemos visto, la esperanza de que este panorama se revierta es nula.

      Los que tienen algo que perder buscan convencernos por todos los medios de que el ser humano está dominado por la ambición personal y que nuestra voluntad sólo obedece al dinero.

      Sí, somos muchos los ambiciosos, pero de una vida mejor y podríamos romper con el paradigma actual, haciendo uso de la inteligencia, dando la espalda a lo que ya no sirve y organizando la producción de una manera diferente. Para ello debemos optimizar los recursos, cooperar y planear de acuerdo a nuestras necesidades, preferencias y posibilidades.

      ¿Que cómo será esa nueva sociedad? Eso nadie puede saberlo, pues no tenemos una bola de cristal, sólo sabemos lo que tenemos frente a nosotros: la posibilidad real, objetiva y comprobable de organizar la sociedad en base a la tecnología y la cooperación, y no el dinero y la ganancia.

      ¿Que será muy difícil? ¿No lo es vivir sin esperanza de una vida sostenible y digna? ¿No estamos dispuestos a cooperar para beneficiarnos todos?

      Coordinarnos nunca ha sido tan fácil como hoy gracias al internet; participar en las discusiones y decisiones de la vida comunitaria, lo mismo. ¿Tenemos que seguir dependiendo de una entidad que nos dicte lo que tenemos que hacer: un patrón, un gobierno, una iglesia, un banco? ¿No es el momento de ser mayores de edad como sociedad?

      Si pensamos que sólo el mercado puede controlar nuestras vidas, pues entonces no hay nada que hacer. El capital se organiza muy bien para defender sus intereses, ¿no es momento de hacer lo mismo por nuestros intereses?
      Lo único que nos detiene es la comprensión del hecho incontrovertible, pero aun difícil de visualizar, de que hoy podemos ya desarrollar una nueva economía, y detener la miseria de millones de personas y la destrucción del planeta.

      En cuanto lo comprendamos cabalmente, empezará, en ese segundo, el cambio.