EL MUNDO FELIZ
AUTOINFLINGIDO Y EL NUEVO ARGUMENTUM
AUTOFASCISTA O APELACIÓN A NUESTRO BIEN
Menos mal que nací en otra
época, porque de haber sido niña hoy, me hubiera perdido de un montón de cosas.
Al menos llegué a vivir los estertores de un mundo más libre, menos estúpido, y
que añoro profundamente.
Hoy, gran parte de la gente cree que los
niños son idiotas y que hay que ocultarles el “mal” o la diversidad de
opiniones, en lugar de mostrarles sus consecuencias y las múltiples
facetas humanas, para que a partir de esos ejemplos vayan forjando su criterio y tomen precauciones. No, es mejor no mostrarles el “mal” y borrar
de su entorno cualquier comentario o connotación que, según el
criterio de los nuevos censores populares, es racista, machista, peyorativo o
simplemente trágico.
Así, se borró la muerte de la madre de Bambi, y hoy,
los parlamentos “machistas” o “racistas” de los personajes de unos viejos cuentos
para niños en España, llamados “Los cinco”, de Enid Blyton. En la nueva versión ya no se le
tocará ni con el pétalo de una rosa a las mujercitas. ¡La editorial alteró,
mutiló y censuró, en su nueva edición, el texto de la autora por considerarlo
machista y racista! Han pasado por encima del derecho de autor, pidiéndole autorización
a los herederos (que no son quién para decidir por la autora muerta sobre el
contenido de su obra), para mutilar los libros. Qué huevos tienen estos
editores y parientes, ansiosos de ganar dinero muchos años más con los derechos
renovados. Pero mucho peores son los que aplauden este delito contra la autora,
pues nada ganan y sólo alimentan un delito, pero eso sí, ejercen su
“derecho” a censurar.
Estoy
taaaan harta y aburrida. Hoy, a los ciegos no se les puede llamar ciegos, ni a los
sordos, sordos, ni a los ancianos, ancianos, ni a los cojos, cojos, ni a los
débiles mentales, débiles mentales, ni a los negros, negros. Llamarles
invidentes, deficientes auditivos, adultos mayores, discapacitados, o con capacidades
diferentes y gente de color (preguntaría: ¿cuál color?) no los hará ni ver, ni
oír, ni rejuvenecer, ni dejar de cojear, ni corregir su deficiencia, ni cambiar
su color de piel.
Pero lo más patético es la agenda
feminista que, en muchos casos, ya
considero fascista. Las mujeres no somos unas pobrecitas necesitadas de
protección, ni tenemos una discapacidad para que tengamos que recurrir a leyes
de discriminación positiva o a cruzadas contra todo comentarios que cataloguemos,
arbitrariamente o no, como machistas. Es fundamentalismo vil y vulgar eso de
sacar la espada cada vez que alguien menciona en ficción, ensayo o comentario
algo que consideran estas mujeres, militantes sin tregua, que tiene una
connotación machista. Qué fácil, ¿verdad? Así que todas las mujeres que
aparezcan en las historias deben ser ejemplares, porque sino, el autor o autora es machista.
Vaya puta locura. No hay mujeres hijas de puta, no, cómo se me ocurre. Ah, y si
no aparece una mujer como protagonista ya ponen el grito en el cielo. Pero
vamos a ver, y si a mí como autora no me da la gana poner a ninguna mujer en mi
obra, película, espectáculo o empresa, ¿qué? Y si retrato a una arpía, como muchas que
conozco, ¿qué? Estoy en todo mi derecho. Faltaría más.
Las leyes me deben proteger de los delitos,
igual que a los hombres, y punto. Y si hay diferencias entre salarios para
mujeres y hombres, se debe luchar por corregirlo y punto, porque es una
injusticia.
Vaya tiempos fascistas vivimos, peor aún, tiempos,
digamos, autofascistas. Pues es la propia gente quien está construyendo este
repugnante Mundo feliz. Solitos
estamos limitando nuestra libertad al limitar la libertad de los demás. Nos
creemos con el derecho de señalar con el dedo e imponer nuestra visión del
mundo a los demás, con la repugnante coartada de que es por “nuestro bien” y
“por el bien de los desprotegidos”.
Los “bienintencionados” censores claman al cielo: “No está bien que en una película o libro se denigre -según ellos- a la mujer, o a los homosexuales, o a los negros, o a los niños, o a las indios, o a la iglesia, o a…”. Y se pide la censura, o se busca denostar a los autores. Si no te gusta, no la veas, no lo leas o critícame, pero con qué derecho te atreves a pedir la censura. Yo digo y pienso lo que me da la gana, y el intento de censurarme o denostarme por ejercer mi derecho a hablar, crear o actuar sin cometer un delito, es una actitud fascista.
Los “bienintencionados” censores claman al cielo: “No está bien que en una película o libro se denigre -según ellos- a la mujer, o a los homosexuales, o a los negros, o a los niños, o a las indios, o a la iglesia, o a…”. Y se pide la censura, o se busca denostar a los autores. Si no te gusta, no la veas, no lo leas o critícame, pero con qué derecho te atreves a pedir la censura. Yo digo y pienso lo que me da la gana, y el intento de censurarme o denostarme por ejercer mi derecho a hablar, crear o actuar sin cometer un delito, es una actitud fascista.
Lo más asqueroso es el argumento de qu es “por tu bien”. “Por
tu bien te reviso como criminal en los aeropuertos”; así que agacho la cabeza y
después, aplaudo. “Por tu bien te prohíbo expresarte libremente”. “Por tu bien te prohíbo fumar hasta en tu casa”. “Por tu bien borro de las obras de
ficción toda comentario racista o machista”. "Por el bien de todos te prohíbo contar chistes de mujeres, niños, homosexuales, negros, chinos, perros...". Y muchos etcéteras más.
En México, por ejemplo, han
llegado a la locura de aplaudir la subida de los impuestos a los refrescos para
que “los otros” no se pongan obesos. Están tratando a la gente
como imbécil, primero, y después, les importa muy poco que no tengan para juguito de naranja, ¿verdad? No, señores, la gente toma cocacola porque no tiene para otra bebida y necesita las calorías. O simplemente, porque le da la gana. Y nada más falta que
me castiguen con impuestos porque quiero tomar refrescos, o ser obeso, o flaco
o lo que yo quiera. Si es veneno, que se prohíba su venta, si no, dejen en paz
a la gente que consuma lo que le dé su real gana.
Y cuidado si cuestionamos a la sacrosanta
medicina o a la ciencia imperante. Nada de eso. Los científicos y los médicos
son oráculos a los que no se les cuestiona. Si ellos dicen que algo es malo, es
malo y te callas. Aunque no haya pruebas suficientes y el remedio, por
supuesto, los beneficie directamente, en dinero, empleos y demás canongías.
Y que no se nos ocurra tampoco cuestionar
las acontecimientos. Eso de las conspiraciones es producto de imaginaciones
enfermizas. Claro que no, el poder jamás ha recurrido a conspiraciones secretas,
cómo se me ocurre. La historia lo desmiente, una y otra vez, pero no importa, eso
de creer que hoy políticos, empresarios y banqueros se ponen de acuerdo a
nuestras espaldas para hacer de las suyas, es una infamia y el resultado de una
mente desequilibrada. Nada, nada, las conspiraciones no existen más que en la
imaginación de las malas personas, desconfiadas, paranoicas y de mal gusto.
Así, llegaremos a vivir en el Mundo feliz de
Huxley, pero lo que él no imaginó es que sería un mundo feliz autoinflingido.
Como tampoco George Orwell hubiera creído que nosotros mismos nos
convertiríamos voluntaria y entusiastamente en el gran hermano. El poder, el
status quo, la autoridad no tiene ya que molestarse en controlarnos, lo hacemos
nosotros mismos. Nosotros, en nuestra vida diaria, pero también asistidos y
magnificados por esa gran pantalla exhibicionista y pueril que son las redes
sociales, denunciamos y perseguimos a nuestro vecino, al autor que infringe la
corrección política, al que osa denunciar una conspiración, a quien levanta la
voz contra una injusticia de las de verdad, y a todo el que no nos gusta lo que
dice o hace. Y lo increíble es que se hace en nombre de la ¡TOLERANCIA! Puta
esquizofrenia.
Hoy debemos acuñar un nuevo argumento falaz,
que iría entre el argumento ad novitatem, apelación a la novedad y el
argumento ad populum, sofisma populista, y al que podríamos llamar: ARGUMENTUM
AUTOFASCISTA o APELACIÓN A NUESTRO BIEN.