EL SNOB, EL PEDANTE Y EL CURSI: PRIMOS DE SANGRE
Recuerdo el día que
mi abuela paterna, Mary (mujer inteli- gente donde las hay), me definió la
palabra «cursi»: «querer y no poder». Se me quedó grabado a fuego en la memoria
y desde entonces no pude dejar de observar con mucho interés los rasgos de
cursilería en las personas que me rodeaban. Comprobé que aquellos que intentan hacerse
pasar constantemente por lo que no son, reflejan, sin saberlo,
un destello de falsedad, de incomodidad y de torpeza, que los delata. Pero
cuidado: ninguno de nosotros estamos libres de tropiezos de cursilería;
es, podría afirmar sin temor a equivocarme, un rasgo inherente a la condición humana.
Por lo tanto… no me haré la tonta, confesaré uno de mis más ejemplares
episodios de cursilería. Sucedió en la adolescencia, cuando un pretendiende
riquillo me invitó a cenar con sus padres a un restaurante retelegante. Claro,
yo no tenía ni un pinche vestido medio decente, así que mi amiga Ana me prestó
de todo: una falda de su mamá, que se me caía; una blusa suya que me quedaba
chica; unos aretes que me colgaban como pesas de hacer
ejercicio: !un horror! !Gracias que nadie sacó una foto! Y
luego, lo peor, yo no sabía ni cómo comer aquellas exquisiteces, creo que tailandesas, y nada más miraba atenta para imitar
como mono de feria lo que ellos hacían, como en película de Peter Seller. Acabé agotada de tanto querer ser fina
y simpática. Todavía estarán reíendose del ridículo que hice los buenos
señores, que eran, debo reconocerlo, muy amables. A partir de ese dia, me rebelé contra querer
hacerme la finolis: lástima, no nací para comer con tenedor las costillitas
adobadas.
Benito Pérez Galdós |
Rememorando los mejores
personajes cursis que he leído, me viene a la mente Rosalía en «La de Bringas»
de Benito Pérez Galdós. ¡Cómo la disfruté! Mujer volcada a imitar los usos de
la corte, que para lograrlo, incurre en los disparates y las villanías más desesperadas. La pluma
magistral de Don Benito, como le digo yo por ser para mí tan entrañable,
nos introduce en la vida y sufrimientos de una mujer empeñada en querer ser lo
que no puede ser. Además de divertida (recuerdo pasajes que me arrancaron
auténticas carcajadas), hay asimismo en la novela, momentos desgarradores de
cursilería derrotada, la cual, claro, se convierte en patetismo puro y
descarnado. http://www.biblioteca.org.ar/libros/92656.pdf
Más tarde en mi infancia me
encontré con el alegre término de «pedante»: individuo que a diferencia del
cursi, sí tiene un bagaje de conocimientos con el cual impresionar a sus
víctimas, así su relumbrón se circunscribe al conocimiento.
En cuanto un pedante entra en la habitación, un
vientecito denso cubre el ambiente y empieza a disiparse la distensión y la
algarabía de la reunión amistosa. Un tanto esperpénticos y penosos son estos
personajes, pero inofensivos del todo, y además, motivo siempre de
cuchicheos hilarantes a sus espaldas.
Tampoco me llevo a engaño, pues sé que todos
incurrimos en algún momento en la pedantería. Todos
alguna vez hemos sentado cátedra en los terrenos en los que nos sentimos fuertes, los
cuales aunque sean un tanto triviales, los convertimos en trascendente. ¿Qué le
vamos a hacer? No ocasionamos daños irreparables.
La
idea del esperpento nos lleva, por supuesto, a recordar al inolvidable Don Gay de
Valle Inclán en «Luces de Bohe- mia», contando a todos que ha copiado el único
ejemplar del «Palmerín de Constatinopla» y afirmando que todo lo que no es
inglés merece desdén; y qué decir de su próposito de fundar la Iglesia Española
Independiente, imitando las costumbres anglicanas. Don Gay, ridículo e
inofensivo como casi todos los pedantes, muestra las aspiraciones «pedantescas»
de la época.
http://www.todoebook.net/ebooks/ClasicosEspanoles/Ramon%20del%20Valle-Inclan%20-%20Luces%20de%20Bohemia%20-%20v1.0.pdf
Pocos como Valle-Inclán podían dar voz con más precisión a un pedante, quizá sólo Moliere más de dos siglos antes, que salpica sus obras de múltiples pedantes.
Pocos como Valle-Inclán podían dar voz con más precisión a un pedante, quizá sólo Moliere más de dos siglos antes, que salpica sus obras de múltiples pedantes.
Hoy,
el mundo nos regala nuevos tipos de pedantes, pero…, no nos engañemos, son los mismos perros con diferentes
collarse.
Siguiendo con el descubrimiento de términos en esta línea, me encontré finalmente con la palabra «snob», hoy castellanizada en «esnob» por la Real Academia, aunque yo me quedo con el snob de toda la vida, qué caray.
¡Gloriosa palabra en boca de todos, «snob»! Acrónimo de sans noblesse o sine nobilité: sin nobleza. Se
tiene registrado el término snob desde el medioevo, pero su uso más extendido
comienza en el siglo XIX, en las universidades elitistas de Inglaterra. En estos tiempos, el snob es un «sin nobleza», pero no sólo nobiliaria, sino de carácter...,
de alma, diría yo.
Por sus pretensiones intelectuales, el snob se asemeja al
pedante; y por sus aspiraciones de refinamiento y elegancia, al cursi. Así como ni
el cursi ni el pedante llegan a ser odiosos, sino únicamente ridículos y
pesados, el snob sí que resulta una presencia desagradable. Ser una mezcolanza de cursi y pedante es demasiado para cualquier
temperamento, y el resultado es nauseabundo y amargo.
Pero ¿por qué son así? El snob desprecia todo lo que no se enmarca en los símbolos de prestigio, pero creo que lo desprecia con violencia y desde el resentimiento, y se comporta en consecuencia. El cursi y el pedante, sueñan que han alcanzado sus anhelos; el snob, sabe, en el fondo de su ser, que no, y se despercia a sí mismo.
Pero ¿por qué son así? El snob desprecia todo lo que no se enmarca en los símbolos de prestigio, pero creo que lo desprecia con violencia y desde el resentimiento, y se comporta en consecuencia. El cursi y el pedante, sueñan que han alcanzado sus anhelos; el snob, sabe, en el fondo de su ser, que no, y se despercia a sí mismo.
Los
snob, a pesar de «existir» desde hace siglos, se han instalado en nuestros días
como si éste fuera su tiempo. El principio de autoridad cutural, presente a lo
largo de la historia, es hoy menos noble y más chabacano que nunca, y por ello
los snobs ni siquiera tienen ya necesidad de cultivar las cualidades de un
pedante. Por otro lado, los cánones culturales son hoy tan rebuscados,
absurdos, y cambiantes (resultado de una «cultura» basada principalmente en
consideraciones mercantiles), que convierten a los snobs en seres histéricos,
casi ezquizofrénicos, que deben mudar constantemente sus criterios
intelectuales. Han terminado por ser veletas que el viento de los intereses
del estatus quo «cultural» define según le convenga, muy pocas veces sustentado en méritos artísticos.
Me parece que esto se evidencia en las artes plásticas,
terreno donde nos quieren hacer creer que un lienzo tachoneado es una obra de
arte. ¡Qué divertido es ver a los snobs frente a estas tomaduras de pelo,
fingiendo casi un orgasmo! Y lo mejor: ¡comprándolos! Qué
maravilla.
!La cantidad de esfuerzos inútiles a los que se someten los snobs para tratar de codearse
con los dueños reales del poder cultural y monetario! !Si supieran que éstos
sólo los utilizan para venderles mercancías y llenar sus museos, teatros,
restaurantes, etc...!
Pero, bueno, como tiene que haber de todo en este mundito en el que nos
tocó vivir, como dice Cristina Pacheco, pues que los snobs lo disfruten, si pueden.
Mientras tanto yo me voy, aunque sea a una pata, a bailar con Lila
Downs, que me canta muy bonito mi canción: