lunes, 29 de diciembre de 2014

Sobre el pinche 2014, y mi postura sobre las elecciones del 2015


Sobre el pinche 2014, y mi postura sobre las elecciones del 2015

Pinche, sí, no hay más que decir. Los mexicanos hemos vivido un 2014 de mierda en lo general; en lo particular cada quien vivió mejor a peor, pero si para muchos era clara la debacle nacional, la descomposición final del Estado, la impunidad y la violación sistemática a los derechos humanos, desde este año quien no lo vio es porque o participa en toda esta podredumbre o de plano está muy necesitado de no ver.

Ayotzinapa fue el motor que nos puso en marcha porque se convirtió en la evidencia clara de la nueva y renovada guerra sucia, ejecutada de bulto y en una sola noche contra normalistas, tres de los cuales cayeron ejecutados extrajudicialmente y 43, desaparecidos de manera forzada. Hoy sabemos, sin lugar a duda, que todas las fuerzas del Estado y todos los niveles de gobierno estaban coludidos.

La diferencia ahora es que no hay marcha atrás, no hay forma humana de “superarlo”, pues ya no podemos decir que no vimos, que esto no pasó y que no volverá a pasar. Entonces, ahora, si queremos vivir, además de exigir justicia y la aparición de los compañeros, existe un asunto impostergable: tenemos que deshacernos de este Estado criminal. 

Sabemos que, por el momento, estos crímenes quedarán impunes, pues el Estado los perpetró y el Estado no se va a castigar a sí mismo. 

En México la impartición de justicia siempre ha sido la base de la impunidad, la prebenda de los poderosos y el nido de ratas más putrefacto imaginable. La capacidad de corrupción en México ha sido históricamente descomunal, y el poder judicial cierra el círculo pernicioso, pues nos deja sin salida, atrapados sin posibilidad ninguna de justicia. 

El aparato judicial en México es un negocio monstruoso. La extorsión contra un detenido empieza desde el primer momento de su captura y hasta el final de su proceso y sigue en la cárcel, si entra en ella. No hay escapatoria. Todos los mexicanos sabemos que si no hiciste nada, pero no repartes lana, te van a "entambar"; si cometiste un delito y no das lana, te va a ir mucho peor que lo que está marcado en la ley. Si tienes lana e influencias, la libras seguro. Y si eres un preso político, te jodiste. Este poder judicial es quien hace posible, hoy más que nunca, la impunidad absoluta de los crímenes de Estado. 


Pero la corrupción no es sólo la extorsión, el saqueo y el abuso del poder, sino algo más bestial, y la palabra nos ayuda a profundizar, pues es muy precisa.  La definición de corromper es:” Echar a perder, depravar, dañar, pudrir”. Y cuando algo se corrompe, pierde su esencia.

Los Estados nacionales fueron creados para reunir las instituciones que gobiernan y tienen la autoridad sobre pueblos determinados. Los Estados nacionales protegen los intereses de la clase dominante, nos guste o no, nos suene marxista o no, es así. Claro que para poder tener el poder y el control sobre los pueblos forzosamente el Estado debe garantizar mínimos de bienestar a los ciudadanos, de otro modo no se sostiene por mucho tiempo. Aun los Estados totalitarios deben cumplir esta premisa. 

Hoy los Estados nacionales están incumpliendo con esta obligación, porque la crisis en la clase dominante no permite el margen necesario para garantizar un mínimo de bienestar y aún más, esa clase necesita hoy menos que nunca de la clase trabajadora, pues la producción cada día es más tecnificada. Lo que sí necesita es mano de obra extremadamente barata, y además, necesita materias primas en abundancia, pues de otro modo, digamos que, “no le salen las cuentas”. México tiene ambas cosas, manos de obra baratísima, y mucha materia prima de gran valor.

En 2014, el Estado y las corporaciones nacionales y extranjeras, se quitaron la careta ya descaradamente. El Estado encarceló y ejecutó extrajudicialmente quién sabe a cuántos ciudadanos en resistencia, aunque conocemos sólo algunos casos que se les escapó a su control mediático y judicial: Tlatlaya e Iguala son los más importante.  

Por tanto, desde este 2014 sabemos que el Estado está dispuesto a asesinar, encarcelar y desaparecer a quien se ponga en su camino, usando sus fuerzas o las de sus paramilitares, alias el “crimen organizado”.  Las corporaciones petroleras, mineras, gaseras, madereras, etc, están volando como buitres sobre las riquezas o ya están dentro del territorio y necesitan un pueblo que no les dé problemas. Para hacerlo posible, el Estado debe mantenernos sosiegos, y un ejemplo de ello es la creación de la Gendarmería Nacional para "prevenir riesgos en procesos productivos". Así o más claro.

Muchísimos mexicanos estamos, ahora sí, hasta la madre, y lo más importante de este 2014 es que nos dejó claro que no hay posibilidad alguna de cambiarlo mediante componendas en la clase política, pues es un cártel de criminales que se unieron en el “Pacto por México”, por medio del cual mataron la poquísima resistencia política, entre otras, contra las reformas económicas que están en el fondo y la superficie de la violencia en México.  

Sabemos también que estamos solos, pues los gobiernos de mundo y el grueso de sus instancias supranacionales no harán nada contra estos criminales. ¿Por qué? Porque quieren nuestra mano de obra baratísima y nuestras riquezas; ah, y venderle al Estado mexicano muchas armas y servicios de mercenarios y entrenamiento militar y policíaco. Tenemos el apoyo de una parte de los pueblos del mundo y es invaluable.

Eso de “despertarnos” ya es un concepto hueco, estamos ya desvelados de tantas horas despiertos. ¿Vamos a seguir, ingenuamente, pidiéndole al Estado que abandone sus intereses y proteja a los ciudadanos? Absurdo, ¿verdad? La respuesta no la va a dar el Estado, no le vamos a arrancar nada, pues no va a ir en contra de sí mismo. 

Da exactamente igual por quién se vote; como decía, el cártel que se consumó en el Pacto con México hace que no haya diferencia alguna entre partidos, aunque, en realidad, nunca la hubo. Y a las pruebas me remito: reformas aprobadas en horas, sin discusión parlamentaria; represión generalizada en todos los Estados, gobernados por unos y otros; e inexistente separación de poderes. A eso se le llama cártel, en economía y en uniones criminales, como el Estado mexicano.
 
Yo me pregunto: ¿Desconfiamos tanto unos de los otros que no somos capaces de crear un tejido fuerte que repela los abusos, que defienda, resista y construya, aun cuando vemos el peligro en el que nos encontramos? Pueblos indígenas sí han demostrado inteligencia y valor, y en lugar de hablar, en las condiciones más adversas posibles, han  conquistado su autonomía del Estado criminal. Pero a pesar de su ejemplo, nosotros no somos capaces de ponernos de acuerdo con nuestros vecinos para parar ni siquiera un atropello local, y ¿así queremos arreglar el país? Neta, eso no tiene sentido. Para muchos la salida será buscar que alguien los salve, caerán en sus redes dentro de la urna electoral, y sentirán que han cumplido. Ojalá fuera tan fácil para mí.
No, yo no voy a hacerle el caldo gordo a esta clase política criminal. No votaré por ninguno (bueno, nunca lo he hecho), y por supuesto, no iré a legitimar ni con mi presencia ni con mi voto blanco, nulo, negro, morado o rojo; nada de nada. Ah, y también me valdrán auténticamente madres sus campañas políticas, sus dizque pleitos, su propaganda y su avasallamiento mediático; para mí todo ese ruido de fondo no existirá. 

Los padres y compañeros de los normalistas asesinados y desaparecidos por el Estado mexicano pidieron que no votemos mientras no aparezcan, y por ellos y por todo lo anterior, la siniestra farsa electoral no contará conmigo...


miércoles, 10 de diciembre de 2014

Por qué somos Ayotzinapa


Por qué somos Ayotzinapa
     
     Ayotzinapa detonó una revolución en México porque nos estalló en la cara una verdad soterrada por miles de mentiras: que el Estado mexicano desaparece a los ciudadanos que le estorban. 
 
Hasta antes del 27 de septiembre lo sabíamos, pero no podíamos probarlo de manera contundente, pues el Estado usó por años al crimen organizado como chivo expiatorio para desactivar la resistencia y la lucha popular, o bien se hablaba de desapariciones forzadas, registradas, sí, pero aisladas unas de otras. En el México profundo las desapariciones forzadas son sucesos cotidianos, pero ocultos tras la complicidad de las instituciones del Estado, y el silencio o la persecución de los periodistas locales. 
     Eso se acabó el 26 de septiembre cuando el Estado mexicano ejecutó extrajudicialmente a seis personas, tres de ellas normalistas, y desapareció a cuarenta y tres. 
   El Estado quiso culpar otra vez al crimen organizado y limitar la responsabilidad de Estado a un alcalde asesino. Sin embargo, no ha tenido éxito, primero, porque el Estado es el conjunto de instituciones a todos los niveles y órdenes de gobierno, así que le es imposible exculparse -además de que los organismos internacionales lo registran ya como crimen de Estado- y, segundo, porque cada acción y declaración del Estado en el caso Ayotzinapa lo hunde más y más, pues las repetidas mentiras, omisiones, imprecisiones y hostigamientos son prueba de su culpabilidad.
 Las desapariciones son un arma importantísima del terrorismo de Estado. Lo decía Carlos Fazio al recordar que los nazis la utilizaban como táctica altamente eficaz para socavar la moral y la acción de un número importante de personas en el entorno del desaparecido. Cuando entierras a tu familiar, lo que sigue es la lucha por la justicia; cuando lo estás buscando, la prioridad es encontrarlo, y aceptas ayuda hasta de tu verdugo.
      La desaparición es un crimen muy peculiar; es un crimen fantasmal. Casi nunca hay pruebas de lo sucedido, sólo la ausencia, el vacío, la nada. Contra eso es casi imposible luchar, porque no existen evidencias de la desaparición ni cuerpo del delito. Pero en Ayotzinapa se equivocaron, pues el Estado se llevó a cuarenta y tres normalistas a plena luz de la luna. No desaparecieron misteriosamente, sino que fueron perseguidos por la policía después de una emboscada y un ataque que pudieron atestiguar varios medios de comunicación.
Los mexicanos aún en estado de candidez, los que aún conservaban un poco de esperanza en las instituciones, o los que simplemente volteaban la cara ante los crímenes del Estado mexicano, se les acabó la inocencia, pues no hay modo alguno de no entender que el grupo criminal que está en el poder hará lo que sea para no perderlo y, además, porque debe responder a sus compromisos con las grandes corporaciones.
Por supuesto, los 43 son la gota de derramó el vaso. Pero hay diferentes vasos. La rebelión popular a raíz de Ayotzinapa circula en varias pistas: una, la de pueblos y comunidades devastados por años, décadas, siglos, y que se expresa de maneras más decididas, con tomas y destrucción de instalaciones gubernamentales, y creación de alternativas de poder popular. Estas son las comunidades que están sufriendo directamente la devastación de los letales proyectos privatizadores y de explotación del territorio: minas, gas, petróleo, agua, litorales; además, de la ancestral lucha contra los caciques y políticos de la región, y la más reciente, contra el crimen organizado, paramilitares encubiertos o verdaderos grupos criminales.
     La segunda pista está en las ciudades, donde la clase media se expresa en manifestaciones, expresiones artísticas y redes sociales. En los barrios pobres de las ciudades también se mueve la primera pista, claro, y aquí la destrucción del tejido social es mayor por el desarraigo y carencia de relaciones comunitarias propios de las urbes, aunque comienza a tejerse de nuevo gracias a esta rebelión popular.
    ¿Qué sigue? Nadie puede predecirlo, pero lo que sí podemos afirmar es que el descontento nacional hacia el Estado mexicano es tan grande, que hace imposible su permanencia en el poder por mucho más tiempo, al menos con su composición actual. No existe gobierno alguno que pueda sostenerse con un malestar tan amplio, ni siquiera mediante la represión. En México nos han hecho casi inmunes a la barbarie, por lo que el terrorismo de Estado se está viendo en aprietos para paralizarnos por terror.
   La inmolación de un campesino en Chiapas marca también un antes y un después. Cuando se ha llegado a un nivel de desesperación tal salvaje, las cosas no pueden volver a ser las mismas.
     Algo va a tener que cambiar. El gobierno intentará alguna permuta, posiblemente sacrificará al tontín de Los Pinos, o quizá sean tan obtusos o están tan desesperados que no den su brazo a torcer ni siquiera con una respuesta maquillada a las demandas populares. Como Estado totalitario -que no fallido-, hasta ahora ha respondido con más militarización creyendo que podrán controlar a todo el pueblo movilizado. Pero, ¿a cuántos están dispuestos a asesinar para contener la rebelión? Tendrían que realizar un genocidio aún mayor al que llevamos ya, con más de 100 mil asesinados y 30 mil desaparecidos en ocho años, pero, claro, esto será asimismo su tumba. Conclusión: tarde o temprano se quedarán sin salida.
Sea como sea, para nosotros, el único camino es la movilización en todas sus expresiones, eso me parece indiscutible, pero sobre todo, dialécticamente inevitable.