Rius querido
8 de agosto del 2017, qué día más triste. Hasta muy pronto, Eduardo querido
Mi participación en el libro: 80 aniversaRius, QUEREMOS TANTO A EDUARDO DEL RÍO, Editorial Grijalbo, oct, 2014:
El artista que domina el humor y la sátira te
hace bajar las defensas y cuando más entregado y plácido estás, te asesta un
jeringazo y te inocula la idea con la cual te quedarás para siempre, pues entró
al cerebro sin resistencia, ni necesitó de deducciones o sesudas
elucubraciones. Hay pocos genios con este talento: Chaplin en el cine, Molière
en la dramaturgia, y en los monos, Eduardo del Río, Rius, quien para
entregarnos ideas universales y crónicas y picaresca nacionales, tuvo que
burlar con habilidad de mago y extraordinaria valentía la censura mexicana en
los años más duros de la dictadura priísta. Rius no claudicó ni después de haber estado a punto de morir a mano de los sicarios del infame
presidente Díaz Ordaz que lo mandó secuestrar en 1969 para silenciarlo... No,
Rius ni así se calló.
La
sociedad y la política mexicana, controlada por una tiranía de partido, poseía
características muy particulares. Ante el mundo, México aparentaba ser una
democracia (hasta de tintes “progresistas” en algunos momentos, como en época
de Echeverría), pero al interior existía un férreo control político, ideológico
y moral. Los medios de comunicación eran voceros absolutos del Estado y
cualquier manifestación pública contraria a sus intereses era perseguida sin
tregua. Rius, con su sabiduría, picardía y valor nos ha entregado a los
mexicanos, por un lado, las ideas proscritas por el régimen, y por otro, ha
hecho de sus personajes nuestros voceros, con los que retrata nuestras
penurias, nuestra sagacidad para enfrentar los problemas y nuestras formas
ladinas de darles la vuelta.
Rius es mucho más que un monero agudo; es uno de
los pocos artistas que nos mostró el mundo que existe fuera de nuestras
cerradas fronteras, de nuestra hermética sociedad, y nos señaló con humor, con
todas las argucias de su arte de monero, lo más crudo de nuestra idiosincrasia.
Rius nos zarandeó con sus monos e hizo que nos reconociéramos en el lamento del
que Paz decía: “Nuestro grito es una
expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior, sí, pero sobre
todo, cerrados frente al pasado”. Rius ahogó ese grito. Al mostrarlo
descarnadamente no nos quedó más remedio que reírnos de él, rompiendo así su
maldición fatídica.
A pesar de nuestras maneras subrepticias e
irónicas, en el fondo los mexicanos reconocemos el poder como una entidad
superior, y al PRI, durante muchas décadas y quizá aún hoy, como su
“representante en la tierra”. Pero Eduardo del Río, desembarazándose de ese
respeto mexicano al poder, ha sido un irreverente con él; ni en broma se lo
toma en serio. Y ha sido y es implacable con las acciones del poder; en broma
se las toma muy en serio. Reírnos de ese poder gracias a Rius ha tenido no sólo
un efecto catártico para nosotros, sino subversivo; efecto que crece al calor
del desparpajo y la sabiduría de sus monos.
Los mexicanos nos burlamos de la tragedia para
evadir la acción y para encontrar un poco de falsa justicia universal. “El
poderoso es un chingón y el infeliz, un pendejo”; con esa simple clasificación
encontramos el balance moral para no alterar el orden y resignarnos a nuestro
destino, como individuos y como nación. El pobre se merece su suerte por
pendejo; el chingón, por chingón. Pero a diferencia de otros moneros que sólo
se regodean en nuestra resignación ataviándola de picardía, Rius pone el dedo
en la llaga y no nos da tregua. El ácido y doloroso humor nacional no lo usa
para demostrar que puede hacer mejores albures o construir ironía más
punzantes, sino para sacudirnos, para mostrarnos que no somos hijos de la
fatalidad de la que hacemos mofa, como de la mala suerte y la muerte, sino que,
de vuelta a la referencia de Paz, “Para
nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una
debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse,
"agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el
mundo exterior penetre en su intimidad”, y Rius nos abrió y nos sigue
abriendo.
La irreverencia de Rius no está compuesta de
agresión y grosería, sino que es el rompimiento contundente de la Forma, con F
mayúscula como la escribe Paz.
La Forma y la formalidad del mexicano pelea
contra nuestro connatural sarcasmo, pero casi siempre triunfa la Forma, y aquí
Rius también nos da unas cuantas cachetadas. Como ejemplo, recojo un chusco
botón que está dentro de la deliciosa caja de costura que es su Diccionario
de la estupidez humana: “EXCUSADO: No
se ha podido saber todavía, pese a los enormes adelantos científicos, porqué se
llama así a las tazas donde va la caca. Lo mismo va para la otra designación
que se le da por acá a los urinarios: ¡INODOROS!”
La Forma, en México, no se limita a las maneras
en la cotidianidad, sino que tiene sus estandartes bien afianzados en nuestro
consciente e inconsciente colectivo. En México muchos pueden hablar mal de tal
o cual gobierno, pero nadie se atreve a tocar a los héroes de la patria y mucho
menos a la Intocable, y no por virginal sino por emblemática, virgen de
Guadalupe. Pero Rius tiene los huevos de decirnos que la virgen de Guadalupe es
un invento de los españoles y que no hubo ni Independencia ni Revolución,
porque no somos independientes ni se subvirtió el orden establecido, y que
Zapata, Villa y los hermanos Flores Magón son los perdedores de la Revolución y
no los héroes de los libros de texto.
El valor de Rius no se limita a tirarle dardos
al poder, sino a declararse ateo en un país fuertemente católico y a poner en
su lugar a la iglesia, tanto en sus perversos y criminales mecanismos de
control y manipulación, como al señalar la ausencia de rigor histórico en la
Biblia. Así, Rius nos deja en cueros, sin virgencita y sin héroes, y con ello
nos libera de las rémoras que nos anclan, que nos inmovilizan, en consonancia
con lo que Vasconcelos decía en 1907: “…no
sentimos cómo siente nuestro grupo sino cómo nos inspira nuestro sentimiento
superior y nuestra cabeza libre porque somos, antes que patriotas, antes que
ciudadanos, antes que hijos de tal o cual Estado, seres independientes sólo
ligados con el fin humano y no con el fin local”.
A diferencia de muchos
intelectuales que se llenan la boca con la adulación a las culturas indígenas,
Rius, hombre de una inmensa cultura, pone sus conocimientos en boca de un
personaje que sólo él podía atreverse a convertir en el protagonista de sus
historietas: un indio sabio, enigmático, astuto e
inescrutable,
Calzonzin, que envuelto siempre en ¡una manta eléctrica! (cuidado con la ironía
del atuendo) pone la estatura moral y los conocimientos de México y del mundo
en el emblemático enclave de Los Supermachos, San
Garabato. Y para que quede claro su concepto de los intelectuales y su carácter
autodidacta, recordemos el número uno de Los Agachados en donde
Calzolzin le responde a Catarino Vizancio, quien mató a su mujer: “Nomas
no me diga licenciado, yo no me llevo tan pesado”.
San
Garabato es un pueblo mexicano que si no sabemos dónde está es porque los
políticos han prohibido ponerlo en la cartografía mexicana, pero como cada
pueblo en México es un San Garabato, no han podido desaparecerlo. Rius nos
ofrece ahí un digno representante de cada clase social, de cada esfera de poder
y de todas sus variantes y matices.
Rius es el historiador y cronista popular
mexicano por excelencia, pero no se conforma con recordarnos la historia
oficial, sino que habla de lo que nadie se atreve, de la verdadera historia y
de los sucesos contemporáneos tal cual están sucediendo. Por ejemplo, en 1968
contó con una valentía absoluta y sin atisbo de autocensura lo que se estaba
gestando (por ello fue secuestrado) y en 1972 describió sin ambages ni eufemismos
cómo se organizó y perpetró la matanza del 2 de octubre y de 1971. No esperó a
que dejara de haber peligro para contarlo, como casi todos los demás, y lo que
contó destripó las entrañas del crimen de Estado.
“¿Espera usted que el
gobierno se castigue a sí mismo?”. Para entender por qué los mexicanos aceptamos la
impunidad como algo congénito en nuestra sociedad, Rius nos lleva a un
recorrido, en el número 98 de Los Agachados por los asesinatos políticos
desde 1919 hasta 1972, todos ellos en la impunidad. En este memorable número,
Rius dibuja a un político mexicano que le dice a otro: “Si me denuncias, te denuncio”, frase que describe con absoluta
precisión el mecanismo de los políticos para perpetuar la impunidad.
Cuando
tuve el honor de entrevistar a Rius en el canal 22, conocía y había disfrutado
con su obra, claro, pero únicamente lo había visto una vez en una subasta para
las comunidades zapatistas donde me firmó una lámina que él donó, la cual
conservo como un tesoro. Por lo tanto, sólo podía intuir el temperamento de esa
leyenda viviente y fue una inmensa alegría ver entrar al estudio de televisión
a ese hombre de sonrisa picante, que contrasta con sus dulcísimos y
melancólicos ojos azules. La entrevista de sólo una hora, debía haber durado
cien, pues se quedaron un sinfín de inquietudes en el tintero. Sus respuestas
francas y punzantes, con ese lenguaje tan suyo, tan lleno de retruécanos y
chanzas, nos llevó de manera deliciosa por las épocas del “México de los
recuerdos”, buenos y malos, festivos y trágicos, así como por las ideas
universales y la memoria de los amigos y los enemigos.
Rius
es además un hombre profundamente generoso y desprendido. Lo digo porque me
consta. Estoy en deuda por siempre con él, pues tuve el atrevimiento de pedirle
un dibujo para un proyecto personal y me respondió enseguida: “Anushka dear,
espero te sirva este monigote. Besos (castos) y abrazos, Dr. Rius Frius”, así,
sin más ceremonia, y claro que me sirvió; gracias a su monigote mi proyecto se
engrandeció enormemente. No exagero cuando digo que lloré conmovida por su
generosidad.
La figura de Rius no se
mancha con el paso del tiempo porque está construida sobre algo indestructible:
su congruencia. Rius no vive ni va con el disfraz de intelectual ni de artista
exquisito ni consagrado, ni de revolucionario; y aunque es todo eso y más,
rompe con los estereotipos gracias a su profunda sabiduría, su ideas exentas de
lugares comunes (de los cuales está teñida la Forma), su amabilidad sin
cursilería, su picardía y sobre todo, su legado a la sociedad mexicana y al
mundo. A Rius lo rodea una aureola de auténtica naturalidad, propia de
quien sabe perfectamente lo que es y lo que ha logrado en la vida y no necesita
demostrar nada a nadie.
La combinación de
agudeza y calidez, junto a una historia personal irreprochable, hace que estar
con él sea una experiencia conmovedora, divertida y memorable.
Eduardo del Río, Rius,
artista sin veleidades, hombre de bien y para el bien, jamás ha hecho
concesiones ni ha claudicado. Por eso se ha ganado el respeto de todas las
generaciones.
La irreverencia de Rius:
el imprescindible.
¿Por qué creo que Rius es el monero más importante que ha tenido México?
Entre otras razones que expondré más adelante, por su talento infinito
y probadísimo, que acreditan sus más de 100 libros y cientos de número de sus
series Los agachados y Los Súpermachos, con tirajes
semanales de ¡250 mil ejemplares!; porque
en los momentos de mayor censura y represión en México, tuvo el valor de criticar
duramente el orden establecido y; porque tuvo la
inteligencia
y la malicia para poner el dedo
en la llaga y no dejarse aniquilar, a pesar de que estuvo a punto a ser asesinado por los sicarios del infame presidente Díaz Ordaz que lo secuestraron en
1969 para silenciarlo... pero Rius, no se calló.
Eduardo del Río ha cultivado el misterioso
arte del escapismo a la censura; es el gran maestro de cómo burlar la represión
una y otra vez.
Pero de nada tendría que escapar Rius si no
fuera porque siempre da en el blanco. A nadie hubiera molestado si no fuera tan
certero. Rius siempre la ha tenido clarísima, como decimos. Sabe exactamente
dónde está el núcleo del problema, de las crisis, de los sinsabores de nuestro
país y de los intríngulis del poder económico, político, social y religioso, no
sólo en México, sino en el mundo.
Sabiendo
dónde se encuentran las causas del
problema, no tiene jamás cortapisas ni se reprime en exponerlas y
explicarlas con total irreverencia cuando amerita, y absoluta seriedad
cuando debe. Y lo mejor de todo: hace llegar su mensaje a
la gente de la manera más amable y efectiva: mediante el humor, y en su caso, un
humor complicadamente sencillo. Digo complicado, porque no hay nada mas difícil
que lograr que la esencia de una idea nos dé de lleno en el centro del cerebro, donde no
hay manera de escapar ni de evadirla. Y él lo logra sin que muchas veces nos
demos cuenta siquiera, como el maestro que es.
Su
enclave emblemático, San Garabato, es un pueblo mexicano que si no sabemos
dónde está es porque los políticos han prohibido ponerlo en la cartografía
mexicana, pero… como cada pueblo en un San Garabato, no han podido
desaparecerlo. Para que no nos hagamos bolas, Rius nos ofrece en San Garabato un
digno representante de cada clase social, de cada esfera de poder, y de sus
variantes y matices. Así, por ejemplo: Don Perpetuo del Rosal, el presidente
municipal; Doña Eme, la beata; Ticiano
Truye, el tendero; y claro, Calzoncin, el indio sabio, enigmático y
inescrutable, que vemos siempre envuelto en una ¡manta eléctrica!; válgame la
ironía y el guiño de humor.
¿Quién se iba
a aventurar en México a convertir a un indio en el personaje central de un
comic? Sólo alguien como Rius que nos entiende muy, pero que muy bien a los
mexicanos, pues aunque exista en México tan acendrado racismo, a pesar de que
lo neguemos, todos sabemos que los indios tienen una sabiduría y un temple que
les confiere un respeto indiscutible. Y cuidado, que no soy de las que hacen la
apología de los indígenas por corrección política; valgame el cielo, no.
Cuando tuve
el honor de entrevistar a Rius en el canal 22, yo sólo conocía su obra y no
sabía, aunque lo intuía, el temperamento de esa leyenda viviente. Cuál fue mi alegría
cuando entró al estudio de televisión ese hombre de sonrisa abierta y un tanto
picante y ojos dulcísimos, rodeado de una aureola de humildad, pero de humildad
verdadera, no impostada, como he visto en otros muchos artistas. La humildad de
quien sabe perfectamente lo que es y lo que ha logrado en la vida; de quien no
necesita demostrar nada a nadie porque su obra, su trayectoria y su dignidad lo
avalan.
En aquella
entrevista, como en otras muchas que he leído y escuchado de él, respondió con candor,
con honestidad y con picardía, lo que hizo que la entrevista corriera como el
agua. Una hora, poquísimo tiempo para el aluvión de preguntas que me hubiera
gustado hacerle.
Ahora
bien, yo me pregunto cómo ese hombre sabe tantísimas cosas y con tal
profundidad, y más todavía en aquella época, ¡sin internet! Rius nos enseñó a
Marx, nos habló de Quetzaotcoatl, la Perestroica, la cocina vegetariana, la
Biblia como una linda tontería y asi, más de 100 títulos. Pedagogo profundo y
preciso, no dejó tema por abordar ni títere sin cabeza.
Y no sólo es
excepcional por su sabiduría, sino por su fecundidad ¿Cómo has sido tan
prolífico?, le pregunté. « Porque no hacía otra cosa en todo el
día ». También nos contó que le daba pena haberse perdido de muchas cosas
por esa dedicación absoluta a su oficio.
También le
pregunté si dividía el trabajo, si alguien le ayudaba a llenar los textos en
las viñetas o a colorear. No, lo hacía él toditito de principio a fin.
Sorprendente.
Cómo me hubiera
gustado estar presente en algún encuentro entre Rius y mi querido amigo
Guillermo Mendizabal, dueño de Editorial Posada, donde Rius publicaba su obra. Guillermo,
editor excepcional y entrañable amigo al que extraño muchísimo, hizo la
mancuerna perfecta para divulgar la obra de Rius. Ambos, valientes y osados, lograron lo impresable: vencer a la censura y
lanzar la obra de Rius al pueblo mexicano.
Monero sin
veleidades, hombre de bien y para el bien, ese es Rius. Eduardo del Río, jamás ha hecho concesiones, por eso se ha ganado el respeto de todas
las generaciones. Nunca ha claudicado, nunca se ha hecho tonto ni a bajado la
guardia. Rius es un imprescindible, como no pudo decir nadie mejor que Bertold
Brecht:
"Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son
mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son
muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la
vida, esos son los imprescindibles."
Ese es Rius y no hay muchos como él
ni México ni en ningún otro lado.