CORRECCIÓN POLITICA: ¿HIPOCRESÍA, CHANTAJE O CINTURÓN DE CASTIDAD?
Es habitual que se entienda la expresión cultura
popular como acervo o folclor, distinguiéndola de cultura, a secas, la cual se
entiende como expresión artística de calidad; calidad certificada por el
principio de autoridad intelectual imperante. Sin embargo, cultura es el
conjunto de las expresiones y el conocimiento creado por una sociedad. En
México, cultura nos refiere tanto al folclor como a la obra de Octavio Paz, o
de Eduardo del Río, Rius, así como a la invención de la televisión a color por
el ingeniero mexicano González Camarena.
Entonces, hablemos
de las expresiones culturales y sus mutaciones en el tiempo. Empecemos no muy
lejos, viajando sólo hasta la segunda mitad del siglo XX, para aterrizar en los
barrios populares del D.F.
Quien no se
acuerde en México de Chava Flores (1920-1987), sólo tiene que repetir la
pregunta que más de una vez ha oído por ahí: “¿a qué le tiras cuando sueñas
mexicano?”, y enseguida nos viene al oído la música del estribillo de la canción
más emblemática, de Chava Flores.
Salvador
Flores Rivera, el “cronista cantor de la Ciudad de México”, no era solamente un
compositor socarrón y divertidísimo, sino el símbolo de un tiempo que “no llegó
para quedarse”, parafraseando a la inversa aquel eslogan de la estación de
radio 6,20, que tocaba oldies, como
se dice ahora.
Y yo me
pregunto: ¿podríamos imaginar ahora a un cantante nacido en la Merced, barrio
bravo por antonomasia; que trabajó en casi todos los oficios, o sea un milusos*; que vivió en casi todos los
barrios populares del centro del D.F. y que retrató en sus canciones, como
nadie, la picaresca de los habitantes de la capital con el lenguaje auténtico
de la época, y subrayo auténtico porque era el suyo propio. (Algunos cantantes hoy presumirán de cómo han
“ascendido”, de “que vienen de bajo”, pero segurito que ninguno le canta a “Los
frijoles de Anastasia”, aunque, eso sí, buscarán estar de moda en la televisión.
Claro que hay honrosísima excepciones, como Lila Downs).
Captar con infinita ironía al gorrón, a la
interesada, al desobligado, a las putas y no ofender a nadie requiere talento,
pero también de una sociedad muy distinta a la actual. Sí, no creo que sólo la
invasión mediática haya afectado a las expresiones populares; también se vio
desplazada por la propia sociedad; por nosotros mismos. A priori no digo que
esto sea bueno o malo, pues a veces las cosas desaparecen y ya está. Pero mejor
será ver qué hay por dentro de este fenómeno, porque yo como cucaracha que soy,
me gusta meterme por todas las rendijas. ¡Cómo no!
Para que luego no andemos quejándonos de que
ya nadie hace canción popular y otras expresiones culturales, ¿por qué no nos
hacemos una preguntas a calzón quitado**;
total, nadie nos va a leer la mente?
Vamos,
pues, ¡valor!:
A ver, en
serio: ¿a quién le interesa hoy lo que se cuece cotidianamente en una vecindad:
los quince años, las bodas, los gatos que maúllan de desamor, las taquizas?
A ver, en
serio: ¿a poco los defensores de derechos humanos se aguantarían sin chistar o
poner una recomendación, la sátira
que artistas populares como Chava Flores le cantan a las criadas respondonas en
“Yo soy la criada”, por poner sólo un ejemplo?
A ver, en
serio: ¿a poco las mujeres aguantaríamos hoy que un señor tan burloncito, con
ese bigotito divertido, nos dijera todas esas lindeces en “La Interesada” y
otras muchas? (Ojo: a la cucaracha que esto escribe, la verdad, le matan de
risa los chistes contra nosotras, sorry).
A ver, en serio, cambiando de escenario
cultural: ¿cómo se tomarían hoy los ensayos de José Vasconcelos (1882-1959) que
defendía el mestizaje por sobre las razas puras en nuestro país. Muy pocos
hemos leído a Vasconcelos; casi todo el mundo lo conoce como maderista, rector
de la Universidad Nacional y secretario de Instrucción Pública, siendo uno de
nuestros mejores escritores. Hoy, quizá, José Vasconcelos sería reprendido moralmente por su opiniones.
Ya no digamos por la momentánea simpatía que le inspiraron regímenes fascistas
hasta que supo de los horrores del nacionalsocialismo. Es perfectamente válido
criticar las opiniones de cualquiera, lo que no creo aceptable es amordazarlo.
Y así podemos hacernos un montón de preguntas,
pero la cuestión que realmente está en el fondo es: ¿no hemos desarrollado una
piel demasiado delicada y ahora todo nos ofende? Pero ¿nos ofende de verdad o
es mera corrección política, o sea, pura cursilería y autocensura heredada de
estos tiempos hipócritas? Así les califico yo.,
Y explico
lo de hipócrita: por ejemplo, lo más pelado, picante o subido de tono que dijo Chava
Flores en una canción fue en “Tú lo serás”, …tú lo serás.
A ver, en
serio: ¿a poco somos capaces ahora de reírnos de canciones con connotación
sexual, sin recurrir al albur***, o a las palabrotas? Me parece que hemos
perdido esa capacidad; la capacidad de apreciar la sátira y el jugueteo de los artistas
populares. Por un lado, porque nos parecen medio ingenuas, y por otro, porque
nos ofenden: total, bien hipócrita la postura, o peor, un tanto de esquizofrénica,
¿no?
Somos
incapaces de aceptar realidades terribles en el país, pero nos horrorizarían
las palabras de José Vasconcelos si fuera un autor contemporáneo. Pues no sólo ponemos
una mordaza moralina contra la sátira, sino también contra el ensayo no
complaciente.
En otras
expresiones artísticas, pasa lo mismo. Recordemos los mordaces, hilarantes y
valientes comics o tebeos de artistas tan grandes como el querido Eduardo del
Río, Rius, con sus Agachados, sus Supermachos
y sus más de cien libros. La valentía y el talento de Rius, para darle la
vuelta a la censura de la dictadura priista fue monumental. Afortunadamente,
los moneros**** siguen la tradición y seguimos deleitándonos con sus críticas
en tono de chanza. Pero la esquizofrenia puede llegar lejos, y sino, un
ejemplo: he leído por ahí, la ¡increíble estupidez! de que uno de los personaje
fundamentales de Rius, Calzonzin, tiene
connotaciones racistas hacia los indígenas. ¡¿Pero qué nos pasa?! ¡Hágame usted
el rechingado favor! (Perdonen ustedes, pero me encabrono)
Tampoco
podemos olvidarnos de Gabriel Vargas con su entrañable Familia Burrón, y a mi
muy querida Yolanda Vargas Dulché, con
la que tuve la fortuna inmensa de trabajar, creadora de Memín Pinguin,
Rarotonga y muchos más personajes.
Justamente, Memín Pinguin, es ideal para ejemplificar el fenómeno de la
locura que significa la corrección política imperante. ¿O es más bien un
cinturón de castidad? En el 2005, Correos en México, sacó una estampilla
conmemorativa de este personaje popular, un niño negro, travieso e inocente. Un
grupo de afroamericanos, como se les
dice ahora a los ciudadanos de raza negra en EU, pidió que se retiraran las
estampillas por considerarlas ofensivas. ¡!!!¿What?!!! Pues sí, no les gustaba el aspecto de este
negro. Afortunadamente, Fox los mandó a volar. Para que estuvieran contentos los
afroamericanos, Yolanda sólo hubiera tenido que dibujar a un negro guapo, con
rasgos de raza negra más suaves, ¡hágame usted el favor!
Si seguimos
por ahí, ya no vamos a poder hablar de nada, ni hacer ironía, ni crítica
mordaz, ni sátira alguna de nuestra realidad, ni ensayos no complacientes.
¿Entonces, para retratar la idiosincrasia popular, los acontecimientos sociales
y todas las expresiones culturales, debemos tener tono de sesudo ensayo, o
narrativa trágica? Y claro, al final, ese ensayo también deberá verter siempre
las conclusiones “correctas”, porque sino seremos perseguidos por la policía de
la corrección política que puebla los medios de comunicación, el mundo
editorial, la academia, y ahora, hasta
las charlas de café.
Esta
corrección política no es más que una mordaza que se aplica a la boca de todos por
medio del chantaje emocional: “!Lástimas los sentimientos de tal o cual minoría,
o de las mujeres!” (que no somos minoría, sino el 51% de la población mundial),
nos dicen indignados los policías de la corrección política.
La corrección política es sólo un mecanismo
de control más, instrumentado por medio del chantaje emocional. Lo absurdo es
hacerles caso.
¿A dónde
vamos a llegar? ¿A censurar moralmente a El jorobado de Nuestra Señora de París
para no ofender a los tullidos? Ya los estudios Disney empezaron censurando Bambi
al que le arrebataron la escena por la que todos la recordamos y, hasta donde
yo sé, no traumatizó a nadie, sólo nos conmovió. ¿Es eso lo que se quiere
prevenir, que nos conmovamos con el dolor ajeno? A eso se le llama empatía.
¡¿Cómo se me ocurre, desalmada de mí, dejar marcado a un niño?!
Así
podríamos poner cientos de ejemplos, miles, en nuestros días.
Si por no ironizar o hablar descarnadamente,
cambiaran las cosas, podríamos aceptarlo, pero para lo único que sirve la
corrección política es para silenciarnos, peor, para lograr que nos
autosilenciemos, no vaya a ser que ofendamos a alguien. Pero las criadas
seguirán siendo explotadas, y seguirán buscando maneras para compensar su
explotación; las interesadas seguirán haciendo de las suyas; los aprovechados y
gorrones campantes y felices. Los ciegos saben que son ciegos, decirles
invidentes no mejora su ceguera. Los ancianos no son adultos en plenitud o
personas de la tercera edad, sino ancianos, ¿por qué tendrían que avergonzarse
de la palabra que los define? Las mujeres seguimos teniendo peores salarios que
los hombres; aunque digan ellas y ellos, nosotras y nosotros. Cuando oigo esa
absurda duplicidad idiomática, me dan ganas de decirle: ¿cómo te atreves a
tratarme con condescendencia?”.
A la larga,
lo único que hemos ganado es crear relaciones de condescendencia e hipocresía de
dientes para afuera, pues de puertas adentro, todos seguimos hablando como nos
da la gana y pensando de las cosas lo que las cosas son.
En esta
Cucaracha no hablamos ni con hipocresías ni con condescendencia, y a las cosas se le llaman por su nombre y
sino no se le llaman. Y pueden estar seguros de que JAMAS leerán aquí una frase
que empiece con “con todo respeto” esa hipócrita frase con la que se empieza un
ataque. No puedes “respetar” lo que te parece absurdo o lo que te encabrona o
lo que me parece injusto, ¡faltaría más! “Con todo respeto, estás equivocado”,
es un contrasentido, pues no puedo respetar lo que creo
incorrecto.
Pero hay
quienes infinitamente mejor que yo hablaron del tema: aquí una frase del “Laberinto de la soledad” de Octavio Paz, en
relación al “espíritu revolucionario” en Ortega y Gasset, uno de los últimos
filósofos de la humanidad, cuando habla de la crítica en Estados Unidos:
“…Pero esa crítica respeta la estructura
de los sistemas y nunca desciende hasta las raíces. Recordé entonces aquella
distinción que hacía Ortega y Gasset éntre los usos y los abusos, para definir
lo que llamaba "espíritu revolucionario". El revolucionario es
siempre radical, quiero decir, no anhela corregir los abusos, sino los usos
mismos”.
* Película mexicana (1981)
** Sinceramente; con
valor
*** En México, frase de doble sentido
**** En México, dibujantes, caricaturistas